Costumbres en el Miércoles de Ceniza
José María Rodríguez
En el siglo XV y XVI subsistían aún en algunas comarcas extraños vestigios de antiguas disciplinas.
Cuentan varios cronistas que, en Alberstad (Halberstadt, Sajonia, Alemania) y en otros puntos, cada año se nombraba en ese día a quien se consideraba como el mayor pecador de la localidad; se le vestía de luto y se le tapaba enteramente la cabeza. Así le llevaban a la iglesia como si se tratara de un reo que va al cadalso. Al terminar la función religiosa, se le arrojaba del templo y se le mandaba que pasara toda la cuaresma en peregrinación incesante, descalzo y vestido de penitente. Debía descubrirse la cabeza al pasar por delante de la iglesia y dar vueltas alrededor de ella, pero no podía entrar ni hablar con nadie.
Cada día le invitan a comer en casa distinta y debía comer aquello que le pusieran. El día entero debía pasarlo caminando y, para dormir, debía hacerlo en alguna plaza pública o pajar si el tiempo era adverso. Esta práctica duraba desde el Miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo, en cuyo día le acompañan a la iglesia obteniendo la absolución y una buena suma de dinero, fruto de las limosnas que para él habían dado los fieles. Este dinero pasaría posteriormente a la iglesia. Este personaje siniestro era el encargado de expilar los pecados de toda la comunidad y se le llamaba Adán.
Pero en el siglo IX, los griegos anticipaban la cuaresma una semana para ayunar exactamente cuarenta días como Jesucristo. Por entonces advirtieron al resto de la cristiandad que la Cuaresma de seis semanas que ellos guardaban, no contaba, excluyendo los domingos, sino treinta y seis días de ayuno. Por devoción y también por condescendencia con sus hermanos orientales, anticiparon cuatro días el ayuno cuaresmal, por lo que le correspondió empezar el miércoles después del domingo de Quincuagésima. La ceremonia de imposición de ceniza se trasladó a dicho día, llamado desde entonces Miércoles de Ceniza.
Al cesar la disciplina de la penitencia canónica, se mantuvo no obstante el rito de la imposición de la ceniza. Hacía largo tiempo que muchos fieles se sometían de por sí, a dicha ceremonia; presentándose también como pecadores y se juntaban con los penitentes públicos por devoción. Aún pasado el siglo XI perduró esta costumbre.
Con esto se llegó al rito actual, en el que no se echa de la iglesia a ningún pecador, sino que todos los fieles, juntos con los mismos sentimientos de humildad, presentan su frente al sacerdote para que trace en ella la señal de la cruz con ceniza, al tiempo que les dice estas palabras: Acuérdate, oh hombre, que eres polvo y que en polvo te convertirás.
Antiguamente los fieles se acercaban descalzos a recibir este símbolo de la nada del hombre; aún en el siglo XII, el Papa y los cardenales que le acompañaban recorrían descalzos el camino que hay desde la iglesia de Santa Anastasia hasta la de Santa Sabina, desde el pie del monte Aventino hasta su cumbre.
La Iglesia aflojó este rigor exterior, teniendo en cuenta desde luego con los sentimientos de humildad y deseos de penitencia que una ceremonia tan importante debe despertar en nuestros corazones.
La ceniza y los santos. El inicio de la Cuaresma
La ceniza, símbolo de humildad y penitencia, tuvo un papel importante en la vida de muchos justos antes del cristianismo. Dieciocho siglos antes de Jesucristo, el Santo Job, herido por la mano de Dios, acostado en un estercolero, cubierto de llagas, deshecho de dolor, imploraba misericordia cubriéndose la cabeza de ceniza.
Los hebreos acostumbraban a cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio. En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un hábito penitencial, eso significaba la voluntad de convertirse.
En siglo III d.C., sobre el año 384, la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia acostumbre a poner la ceniza al inicio de la Cuaresma como símbolo de arrepentimiento, penitencia y conversión.
Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior.
Hay ejemplos de grandes arrepentimientos en el A.T. y de como Dios cambia su actitud al ver el cambio de comportamiento de personas e incluso de pueblos. Jonás aconseja a Nínive, pagana, que haga penitencia con la ceniza y el cilicio, y los ninivitas, dóciles a los avisos del profeta, se cubren de ceniza como señal de profunda contrición; Dios detiene por entonces su brazo vengador pronto a castigar sus delitos.
Los antiguos miraron la ceniza como símbolo de duelo y de tristeza. Cubriendo completamente la cabeza y el rostro, dando al hombre un aspecto lúgubre muy propio para las dolorosas circunstancias de la vida. Los orientales, dotados de imaginación vivísima, no olvidaron esta forma tan adecuada de expresar la humillación y el dolor; aún en la nueva ley echaron mano de ella los grandes penitentes de aquellas tierras en los días de sus mayores austeridades.
Tampoco nuestros Santos occidentales descuidaron símbolo tan elocuente. Muchos de ellos, antes de morir, acordándose de Jesús crucificado, quisieron participar de algún modo a sus humillaciones y se hicieron acostar en duro lecho cubierto de ceniza, tal fue el caso de nuestro Santo Patrón San Julián.
De ello dio singular ejemplo San Luis rey de Francia. “Al sentirse herido de muerte –dice el cronista– se entregó de todo al Señor. Su tienda se había trocado en casa de oración. La cruz se alzaba al pie de su cama ante sus ojos; pero no la bastaba verla; a menudo la besaba, y alabando a Dios de todas sus mercedes, le daba gracias de la enfermedad que padecía.
La víspera de su muerte y a pesar de su extremada flaqueza, intentó levantarse para recibir el Viático; al pie de su cama, de rodillas y juntas las manos se confesó y comulgó.
En sus últimos instantes, mandó que le acostasen sobre ceniza, con los brazos en cruz y así dio su alma a Dios el 25 de agosto de 1270; era la hora en que Jesús había expirado en la cruz”.
Con la imposición de la ceniza, se inicia una estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
Cuenca, 2 de marzo de 2022.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.