El refranero, siempre tan acertado, dice que de raza le viene al galgo. Algo así ocurre con la familia Cardo, de Vega del Codorno, en la provincia de Cuenca, desde que cogiera la herencia de sus padres: un buen rebaño de ovejas que, año tras año, desciende de la montaña para pasar el invierno en un valle, el de Alcudia, lejos de nieves y heladas.
El pasado día 1, con todo el santoral a cuestas, pisábamos la Cañada Real de Rodrigo Ardaz desde los Majadales de la fuente del Collado del Sarracín en donde, la curva de nivel, supera los 1.500 metros de altitud, hasta el arroyo de la Menera, en un tapiz vegetal –en pleno Parque Natural de la Serranía de Cuenca- sembrado de un boj que no quería cuentas con los albares, firmes al otro lado de la carretera a Beteta o a Peralejos de las Truchas, y casi pegados en el Monumento Natural del nacimiento del río Cuervo casi sin agua.
El equipo humano se reduce a 5 personas incluyendo a Antonio Cardo, el hatero y el responsable de la logística: de avisar a la G. Civil cada vez que se cruce una carretera, de hacer las compras, la comida, ocuparse de la ropa, del fuego y de llevar el pastor eléctrico. Con él, su hermano Manuel Cardo que va con su hijo Aitor en la primera etapa, y con su hija, Claudia, en las demás. Por primera vez, en una especie de bautismo pastoril, Ricardo de Diego y Raúl Muñoz procedentes de Cañizares.
Si las dos primeras etapas fueron calurosas, la tercera fue de lluvia nada más acercarnos a Las Majadas como si, la lluvia, fuera de año y vez porque, el año pasado, no llovió. Un sirimiri que nos acompañó en la cuarta etapa, culpable de que, en las Yeserías, una especie de greda se pegara a las suelas de las botas impidiendo, casi, seguir adelante.
El refugio ubicado en el campo de golf, de Villalba de la Sierra, es el lugar en el que entrevisto a Manolo Cardo poco antes de que se diera buena cuenta de una sopa castellana y de sardinas a la brasa ante un fuego de verdad.
La tradición
Ganaderos, pastores. La tradición en toda la Sierra. “Sí. Hay muchos pueblos en la sierra que, la ganadería, ha pasado de padres a hijos y no sé si pasará de ahí ya”, dice Manolo entre risas.
“Es que las herencias se están perdiendo. Ehh, yo mismo, nosotros lo hemos cogido de mi padre pero hay muchas familias que han dejado la explotación. Los hijos no quieren seguir con esto. Es muy sacrificado”, añade, cuando le recuerdo que, en este caso trashumante, el viaje, el día a día, ha evolucionado muchísimo desde los años 50 del pasado siglo a la actualidad: “Es verdad que ha cambiado muchísimo si lo comparamos a cómo iban nuestros padres y abuelos por esos caminos de Dios. Con lo puesto y una manta y, encima, haciendo turnos por la noche para que no escapara el ganado. Ahora llevamos coche de apoyo, carro, tiendas para dormir, sacos, comida, bebida, te cambias de ropa, llevamos equipos de agua…Aun así, es una profesión esclava todos los días del año. Muchísimas horas y, eso, se mira con lupa. Esto es vocacional. Te tiene que gustar. No basta con que te den 20, 30.000 euros porque no todo el mundo vale. Esto hay que mamarlo. Lo que decíamos de generación en generación. Hay que estar de sol a sol y lo que haga falta porque, al menos yo, distingo entre pastor y guarda ovejas. El pastor dedica todas las horas al ganado. Lo cuida, lo mima, le ayuda, hace curas. Lo que haga falta mientras que, el guarda ovejas, se sube al coche, las ve y hasta mañana.
La familia trashumante es un gran apoyo. De hecho, la familia de Manolo surgió de la vida trashumante porque, en Mestanza, conoció a Encarni, la que hay es su mujer y, de ahí, Aitor y Claudia. “Ayudan mucho, sí, aunque hay que echar mano de otras personas y agradecer el apoyo desinteresado de otras que te ayudan. Todo vale y todo suma”, dice Manolo en este año maldito en el que el Coronavirus nos tiene a raya. “No me da miedo. Vamos como vamos. Tú lo ves. Claudia por delante abriendo paso, Raúl y Ricardo cerrando o por los laterales y yo, en todas partes y en ningua”, dice riéndose. “Mi hermano tiene que comprar pero, nosotros, no. Vamos como vamos, con el ganado aunque hemos tenido daños colaterales, sí, con el Coronavirus porque nos dejaron sin hoja y hemos perdido entre 11 y 12 euros por cordero vendido”.
Llevamos muchos años hablando, promocionando, educando y concienciando de la necesidad de una ganadería extensiva. De pastos, de biodiversidad, de la acción de la ganadería.” La trashumancia lleva muchas historias y, el que exista, hace mucho bien. Los animales, lo que han comido hoy, estarán días y días soltando las semillas kilómetros y kilómetros más allá. Mantienen un equilibrio en vegetación, pastos etc. Es fundamental que no se pierda, pero como nadie está por la labor, llegará el día, que ya está ocurriendo, en que el traslado de animales se hará con camiones y toda esta labor, milenaria, se perderá. La pena es que nosotros no podemos hacer nada”.
La administración va a su aire
Eso, le digo, es porque la administración no tiene interés en estos asuntos o porque no los entiende. “No, la administración va a su aire y no piensa en nosotros. Si lo hiciera, no hubiera permitido que se ocuparan las vías pecuarias y, eso, es porque no se asesoran. Si supieran lo que sabemos, lo que sabe un ganadero de campo o un pastor de toda la vida, no harían leyes y obras incomprensibles ante nuestros ojos sin asesorarse antes por gente que tiene conocimientos reales. Pero lo hacen y, después, te buscas la vida”, comenta Manolo mientras recuerda que sí, que la gente estudia pero no se asesora “porque la teoría debe de ir con la práctica. Una teoría sin práctica no vale para nada. En una escuela de pastores estudian, pero cuando salen al campo con el ganado, no tienen ni idea, no saben solucionar el más mínimo problema. Esas personas que estudian, tenían que estar practicando con alguien que tiene conocimientos adquiridos durante una vida entera en el campo”.
El fuego, con un buen trozo de tea, produce llamas que iluminan todo el refugio dejando, a la vista, una enorme grieta en la chimenea de piedra cuando, alguien, comenta que tienen que retejar.
Es el refugio del campo de golf en Villalba de la Sierra en el que dormirán en tiendas de campaña porque, en las tres etapas anteriores, regresaban a la Vega dada su cercanía. Desde aquí, quedan 21 días para llegar a Mestanza, en Ciudad Real, en el Valle de Alcudia. Una trashumancia que persigue reducir las 4 estaciones del año en 2: un otoño en el valle cuando en la sierra hay nieves o hielos, y una primavera en la sierra cuando, en el valle, en el sur, el tiempo se mete en una sartén que seca todo.
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