En la década de los años 50 del pasado siglo, al llegar las fiestas patronales tras la recolección, en pueblos como Las Majadas adornaban calles y plazas con motivos vegetales destacando, de ellos, el boj o el buje como lo llaman en el lugar. Eran tiempos en los que, los concursos de embellecimiento de nuestros pueblos, movidos directamente desde el Gobierno Civil (tiempos de Eladio Perlado Cadavieco) motivaban lo suficiente para, sin nada, sin cal ni plantas, ponerse en faena y dejar al pueblo entero como una patena. Hay que decir que, en Las Majadas, dos vecinos se ofrecieron a vender cal, a 27 pesetas la fanega. Pero, a ese precio tan caro, el Ayuntamiento decide hacer una calera y contratar a seis personas para que, en turnos de a tres, procedieran a quemarla y producir la suficiente cal para encalar todo el pueblo.
El resultado fue que, Las Majadas de entonces, de los 766 habitantes, ganó el premio de embellecimiento el mes de julio del año 1960, dos meses antes de sus fiestas en las que los bares estaban a rebosar, la Nati vendía ya el Reno mentolado, la plaza de toros era de troncos de pino que marcaban de resina los pantalones nuevos de pana, los turroneros partían los grandes trozos con una especie de hachuelos y vendían petardos y, en el salón de la Catalina, había baile todos los días amenizado, casi siempre, por Ismael, Ripoll, Realete, Aurelio Mozo…
La luz y la sombra se juntan para algo más que para que pase un día y, los recuerdos, son brasas que encienden la memoria de un pueblo, de una gente que nos enseñó el camino a seguir sin miedo a las sombras.