Hace unos años, antes de que ese mal bicho nos quitara los sabores y el aliento, Pedro Notario decidió abandonar el mundanal ruido para enclaustrarse en su casa. Justamente encima de la óptica en la que, dos relojes, marcan la hora de Cuenca desde que uno se acuerda.
Pedro era catedrático de ironía y doctor en filosofía de una vida bebida a tragos compartidos desde bien joven porque, cuando no había nada, él ya viajaba por el mundo buscando lugares en los que, la relojería, era arte. Viajaba haciéndose esponja para empaparse de una realidad social y económica que, de vez en cuando, sacaba a relucir en forma de sketch, de latigazo humorístico lleno de ironías, de frases tan certeras como la realidad misma que te dejaban anclado a su suelo con cara de asombro y más, si en esa ocasión, las verdades las amasaba con otros personajes de su entorno, como Carlos Albendea, al que había que darle de comer aparte.
A la óptica, incluso antes de que se trasladara encima del As de Bastos, solo le faltaba la mesa camilla para ser perfecta con la presencia de su madre Carmen, de su hermana Carmencita y, después, con Nuria, Laura y con su propio hijo, Pedro, que de vez en cuando me recuerda tiempos de niñez en los que le enseñaba a dibujar cabezas de vaqueros del oeste americano abajo, en el taller, en el que se mezclaban antigüedades sin orden alguno. Eran tiempos, finales de la década de los 70 en los que Pedro Notario ya había visto, en Japón, televisores colgados en la pared como si fueran cuadros. Qué cosas contaba entonces.
Nunca conseguí de él una entrevista porque, claro que la tenía. Ni siquiera cuando, de la noche a la mañana, se empeñó en aparcar al mundo mundial hasta el final de sus días. Sabía de Cuenca, de las cosas de Cuenca y de sus gentes como pocos porque, si el mostrador da templanza, sabiduría y prudencia, desde joven, ya digo, se había bebido a la ciudad en sorbos compartidos viéndola progresar o caer a través de su maravilloso escaparate desde el que, con sus relojes, su óptica y la inseparable cachimba, veía pasar la película de su vida.
José Luis Muñoz Martínez