En Almonacid del Marquesado, para la Candelaria, cuentan que aparecieron los diablos con sus cencerros llamando la atención para que, la Virgen, en su presentación, pasara desapercibida: los diablos fueron diablos, no diablas. No fueron mujeres lo que la Virgen inventó para que no la miraran, dice Felisa.
La otra historia se refiere al hallazgo de la imagen y a la disputa de la misma con Puebla de Almenara. Como los potentes bueyes de Puebla no podían mover al carro en el que estaba la imagen de San Blas, Almonacid probó con dos escuálidos burros que, uncidos al carro, pronto arrancaron con él en dirección al pueblo.
Francisco es el Diablo Mayor y se le reconoce porque, a diferencia del resto, viste totalmente de rojo. Vamos con él de casa en casa llevando un mazapán bastante grande que llaman torta y que, más tarde, ofrecerá al santo pidiendo la voluntad para los diablos. Dinero que vamos echando en el bolsillo y en la caja para que podamos seguir haciendo los ranchos, dice Francisco, al tiempo que golpea la puerta de Felisa gritando: ¡Felisaaa!, buenos, días. Salud para llegar a otro.
Es una tradición, la del callejeo, que sirve también para echar de menos a los que no están ahora en la fiesta: mi hijo, que está en la mili, mire usté. Es de la cofradía de Los Diablos pero no ha podido venir. Me ha llamado y me ha dicho que los suenen mama, que los suenen, que el año que viene ya los sonaré yo lo mejor que pueda, nos dice Eva, la madre del joven que no vendrá por culpa de la mili.
La figura del palillero, Augusto, destaca porque es el encargado de llevar los palos de unas danzas que, en su mayor parte se ejecutan con castañuelas. Por eso lleva muy pocos palos: no, no llevo muchos y el uniforme pues es así, como lo ves. Un gorro, escarapelas, pantalón abombachado color salmón, medias blancas, alpargatas…. Se diferencia del Alcalde de Danza, Marino, en que, este, lleva gorro y pantalón de color rojo, dos bandas, una vara que termina en un ramillete de flores con la que dirige al grupo, y un arado que luego, en la iglesia, irá desarmando al tiempo que canta esa canción tradicional que relata la pasión de Cristo.
Danzantes y Diablos se tropiezan en la plaza. Son muchos. Van a saltitos, levantando los brazos y haciendo sonar sus cencerros. Me llama la atención uno de ellos que lleva una careta puesta: llevo careta porque nos la podemos poner, dice.
Francisco levanta el bastón y, a la señal, se ponen a saltar y a sonar los cencerros: Careta llevarán pocos. Antiguamente siempre llevábamos careta pero las modernidades, los jóvenes, cambian las cosas, dice el Diablo Mayor.
El ruido de los cencerros en el interior de la iglesia es ensordecedor mientras se van colocando ante la imagen del Santo en cuya carroza hay un enorme cencerro, una hucha y las tortas de mazapán. Danzan levantando los brazos y con las manos abiertas, sin dar la espalda a San Blas cuando, Apolonio, el mayordomo, se dispone a salir con el estandarte para iniciar una procesión en la que llegan hasta el suelo las emociones.
Terminada la procesión, comienza una misa multitudinaria que sirve de descanso para muchos porque, los cencerros, los han depositado por el suelo y, por ahora, no hay movimiento. Al final, el Alcalde de danza interpretará El Arado al tiempo que, de piezas, lo irá formando como dice su letra en alegoría con la pasión de Cristo: mis compañeras y yo, formaremos un arado, que por la Pasión de Cristo, de piezas la iré formando. Y, por fin, antes de las rogativas, el himno a San Blas metido entre guitarras, voces y acordeón.