Imagina que tu hogar, tu familia, es como un tapiz. Cada miembro es un hilo único, con su color, textura y fortaleza, y juntos, esos hilos crean algo hermoso, algo que no se puede replicar. Ahora, ¿qué pasaría si algunos hilos fueran ignorados, menospreciados o incluso cortados? Esa imagen de un tapiz incompleto es lo que la teología feminista quiere evitar en nuestra sociedad. La meta es crear un lugar donde cada ser humano, sin importar su género, sea valorado y amado por completo.

La teología feminista es como una invitación a sentarnos en la mesa de la familia humana y preguntarnos: ¿cómo podemos cuidar mejor unos de otros? ¿Cómo podemos asegurarnos de que nadie quede fuera, que todos tengan un lugar donde puedan brillar, donde sus voces sean escuchadas? Este movimiento no solo reflexiona sobre nuestra relación con lo divino, sino también sobre cómo vivimos esa espiritualidad en nuestras relaciones cotidianas.
Estamos en Cuaresma, se acerca la Semana Santa y las tradiciones religiosas, culturales, gastronómicas y familiares del momento son manifestaciones externas que nos gusta vivir porque forman parte de nuestros propios significados identitarios, bien por acción o por omisión. En esos tiempos del año, también ha habido momentos donde no todos los miembros se sintieron amados o integrados por igual. Pues bien, la teología feminista nos invita a sanar esas heridas, a redescubrir los textos sagrados y las tradiciones con una mirada de equidad, como cuando recordamos los sacrificios y esfuerzos que realizaron nuestras abuelas, hermanas y madres, que tantas veces han sostenido sus propias vidas y la vida del núcleo familiar en silencio. Su espíritu a la par que las tradiciones forman parte de un legado que continua vivo, de un espacio donde todo trasciende y que no tiene género, que es puro amor.
Ayer compartía una gran mesa física con la familia cristiana que se reúne todos los meses en el Retiro espiritual en Uclés. Tras el alimento espiritual que nos fortaleció individualmente y como grupo, llegó el material. Una mesa con las viandas que cada uno aportó: los vinos, los alimentos, los dulces, las historias, inquietudes, viajes y proyectos. Sin mirar el género, vivimos la jornada, dando un sentido al ser humano. Todo ello me evocó esa corriente de teología feminista, que es un llamado a compartir, a reconocer que la diversidad de nuestras experiencias nos fortalece como comunidad. Nos enseña que ser padre, madre, hijo o hija, hermano o hermana, amigo o amiga, compañero o compañera, vecino o vecina, no está limitado por roles rígidos, sino por el respeto y el cuidado mutuo.
La teología feminista nos recuerda que al transformarnos como personas, lo hacemos con nuestras familias, e influimos en nuestras comunidades y en el mundo. Esta corriente internacional es una suma de esfuerzos colectivos conformado por las contribuciones de muchas mujeres de distintos contextos religiosos y culturales. Rosemary Radford Ruether defiende una teología que incorpore la justicia de género y la justicia social, Elisabeth Schüssler Fiorenza, es pionera en la interpretación feminista de los textos bíblicos, Marcella Althaus-Reid, explora la relación entre la sexualidad, el género y la fe desde una perspectiva liberadora, Amina Wadud, teóloga musulmana que ha abogado por la reinterpretación del Corán desde una perspectiva de género, y Judith Plaskow, quien ha revisado las narrativas del judaísmo para incluir las experiencias de las mujeres.
Nombres de mujer, que poco se han oído y que influyen en perspectivas innovadoras y formas de abordar todo aquello que supone un futuro tejido en la esperanza de que un día el tapiz de la humanidad esté completo, con cada hilo en su lugar, brillando en toda su fuerza y color, donde nadie sea menospreciado por su género. Que hoy día 9M, desde nuestras propias mesas familiares, pensemos que nuestro ejemplo es una oración viva, un acto de fe que construye un mundo más equitativo y hagamos esa promesa silenciosa pero poderosa de valorarnos, escucharnos y cuidarnos. Porque al final de día, todos somos familia, y este hogar que compartimos llamado humanidad, merece todo nuestro esfuerzo para convertirse en un lugar de valor, justicia e inclusión.
El feminismo no es una lucha entre hombres y mujeres, ni entre extremistas. El verdadero valor del feminismo radica en avanzar sin violencia entre todas las personas hacia una sociedad más equitativa y donde se respeten los derechos humanos y la no discriminación.
Opinión de Yolanda Martínez Urbina