Ya saben. Siglas británicas de Quick Response.
O respuesta rápida en castellano, pero en británico que resulta más guapo por lo visto. Para mucha gente al menos, que no para mí.
La tendencia habitual de alterar el léxico castellano por el británico acabará con el idioma nativo, y si no lo creen…al tiempo. Soy de los que siempre han pensado que en España, existen tres idiomas, como tal: castellano; catalán y gallego; todos los demás no dejan de ser acentos varios, desde el panocho, manchego hasta el andaluz.
Por tanto, puedo aceptar el léxico, la gramática y demás temas de la Lengua española en cualquiera de los tres idiomas. Pero de ahí a tener que aguantar que me los trapicheen y cambien por los británicos me da mucha rabia. Y conste que he estudiado el idioma inglés (británico) desde que daban asignatura a escoger (Francés o Inglés), allá por los años setenta y pico.
Bien, pues de las cosas que más coraje me producen es el llamado “Código QR”, que ya , puestos a britanizar deberían hacerlo correcto, un todo o nada, es decir « QR code ». Me daría igual de irritación endógena, pero al menos estaría bien escrito.
Se está imponiendo en todos los lugares que he visitado últimamente.
Para mi que deriva de la estúpida creencia – fomentada por varios supuestos expertos en el tema – del contagio inevitable por el Covid 19; para evitar el contagio con fomites (cualquier elemento carente de vida capaz de transmitir un patógeno viable – bacterias, virus, parásitos u hongos -, de un individuo a otro, siempre y cuando haya sido previamente contaminado con dicho patógeno ). No entraré en el tema, que ya ha sido despellejado hasta su más íntimo cogollo, han disminuido sus noticias hasta la anécdota y tampoco es cuestión de despertar ni al virus ni al coñazo contumaz al que fuimos sometidos durante meses y meses.
Pero me irrita tener que pasar un lector de Código QR para saber que cosas refiere y cómo las refiere. Primero porque me hacen bajar de la nube un lector de código QR. Segundo porque tengo que pasar mi móvil por el QR del establecimiento donde me encuentre y puede tardar bastante tiempo en escanearlo, y eso si es que se deja escanear.
Y tercero, porque yo soy de otros tiempos – eso es fijo, dónde si no sabía que era un “ Codfish in fine sauce fried in the wild herbs as an entrée “ ( a modo de ejemplo fácil), que aparece en el QR y en la carta de papel plastificado, pues le preguntaba al chef de turno y, a veces, sabía expicarmelo. En otro caso, era preguntarle al último mono de camarero en prácticas y tener infalible descripción.
También prefiero enseñar mis billetes de avión, tren o lo que sea, a tener que sacar el mismo billete y que el encargado de turno le pase una linea fina de color rojo (láser Helio-Neón) y dé el visto bueno o el malo si es que, por una de esas, el billete se te ha arrugado por donde esta el puñetero QR , que entonces entre que tienes que dar unas explicaciones a quien no deberías y, además, convencer a ese quien de que la arruga es bella y que se habrá engurruñado de tanto meterlo y sacarlo gracias a ellos, pues se te va un tiempo precioso y produces una cola inmensa con gritos y chillidos que no se la salta gitano que se precie. El rastreador del QR, tan tranquilo, ni decir tiene.
Y sin embargo, hoy por hoy, esta resultando imprescindible el enseñarlo y que lo escaneen o escanearlo tu mismo para saber qué tienes delante. Desafortunadamente necesario si quieres sobrevivir.
Uno ya sabe si va a tener un buen o mal día desde que se levanta.
Yo por ejemplo tengo mi manías y suposiciones (que no supersticiones) que normalmente se cumplen.
Si – por ejemplo – al levantarme y con legañas puestas, abro mi ordenador y miro el correo electrónico mientras se calienta la maquina de Nespresso para hacerme un buen café casero, y veo que para acceder a no sé qué página de no sé qué editorial – la que sea- necesito acceder a través de un código QR, mal asunto. El que se va calentando más que la máquina del café soy yo. Porque sé seguro que los desatinos van a ir en cadena y rapidito. Aunque me haya levantado con el pie izquierdo (que es mi pie natural). Sé casi a ciencia cierta que el día me va a ir en bucle de malo.
Por más que me ponga en la ‘postura del loto’, e invoque a la mejilla no dañada todavía, a la pachorra de Sócrates o el pasotismo de Diógenes – el del bidón, mi cínico favorito – no logro relajarme ni romper el bucle ante lo ineludible. Lucha inútil ante los elementos inapelables.
El otro día, por ejemplo también, fui a una bodega centenaria de mi pueblo que la han reformado y ahora es nido de gente “chic” – o eso se creen – . Me viene una moza, de buen cuerpo y cara torcida, a preguntarme qué voy a tomar. Contesto que qué tiene y me manda directamente y con el dedo índice que sujeta un bolígrafo, sin decir palabra, a una especie de cartón mal pegado con fixo a la mesa y muy puerco, donde se puede ver, a malas penas, una especie de cuadrado relleno de manchas negras, más o menos juntas. Lo miro y remiro el cartón. Miro y remiro a la moza. Levanto ambos hombros y desciendo los labios en señal de que qué es eso. Con cara de cansina y de borde redomada, me dice que es la carta, que si quiero tomar algo tengo que escanear el cartón con gurrapatos o me quedo a la luna de Valencia sin zampar. Le digo que de eso nada, que quiero la carta , a ser posible plastificada. Me contesta que “eso es por Ley”. Le pregunto que en qué Ley pone tal aberración. Me contesta que lo mire en el Google si quiero saberlo (esto es muy común, incluso entre las autoridades azules, esos que si vuelven a examinarse de guardia…seguro que vuelven a aprobar). Se queda tan pancha. Me quedo anonadado, por el servicio y por la indicación. Pido la hoja de reclamaciones pero “en queja” que eso si me lo concede la Ley.
Pero me quedo sin papear y con los dedos doloridos de tanto escribir y apretar el boli por la rabia contenida. Y con un palmo de narices incrédulas al observar que el resto de la parroquia se ríe de mi porque no sé utilizar la app de escaneo que bajé de mi móvil. !Toma Ya! : Toda la gente tan “chic” cuchicheando de mi por ser tan antiguo.
Pues si, antiguo. Y más que lo pienso ser.
Eso de que “eso es así porque lo dice la Ley” lo dice ya hasta el tato, en la seguridad de que no habrá protesta si dice que dice que lo dice la Ley. No esté tal parroquia tan segura. Al menos con un servidor, sapiente desde por la mañana que el día amenazaba torcido y en creciente enroscamiento.
Aunque me da que, como siempre, esto del código QR va a ser otro “lo toma o lo deja”. Como si lo viera ahora mismo.
Eso sí, hasta que no me enseñen perfectamente la Ley – que no la hay – dónde se me indique correcta e inequívocamente que es imprescindible usar un QR para acceder a cualquier cosa que uno tenga a bien (que está siendo todo) un servidor no tiene intención de sacar el móvil, descubrir dónde aparece en el mismo el escáner de QR y pasarlo por encima de un cuadrado pintarrajeado de manchas negras.
Hasta mi ORCID – que todavía no sé qué significa en siglas, pero que es una cosa del oficio si quiero publicar un trabajo científico en cualquier Revista especializada y con alto impacto, me solicitan que lo escaneé y les envíe el número que aparece.
Y luego venga a cacarear con el Pegasus ese para arriba, para abajo y vuelta a empezar. Si es que…
P.S.- Como estoy terminando un artículo científico sobre el SINTROM, iba a escribir aquí sobre él pero en sencillo. Pues he escrito lo del Código QR porque la revista que lo va a publicar me exige enviarle mi ORCID escaneado en QR. Y claro, puesto que está aprobado para publicarlo, pues tendré que meter el rabo donde quepa. ¿Qué le voy a hacer? ¡ Qué asco de tecnología inútil ! De aquí a cinco años…nadie sabrá ya que coño es “la respuesta rápida” also named Quick Response code (o QR).
Al tiempo.
Firma invitada: Francisco R. Breijo-Márquez. Doctor en Medicina