Cuatro votos. Una cifra minúscula en el Congreso, pero capaz de decidir el rumbo de un país. Esta semana, la política española ha girado en torno a ese número: Feijóo, líder del PP, ha pedido abiertamente a PNV, ERC, Junts y BNG esos cuatro votos que le faltan para presentar una moción de censura contra Pedro Sánchez. “Si esos votos aparecen, no lo dudaré un instante”, ha prometido, consciente de que cuatro voluntades pueden cambiar la historia.
En el Congreso, el ambiente es tenso. El Gobierno, rodeado de escándalos, resiste gracias a la lealtad —o la prudencia— de sus socios. Pero la aritmética parlamentaria es implacable: 172 apoyos no bastan, hacen falta 176. Cuatro votos. Cuatro diputados que, si cambian de lado, pueden echar a Sánchez de La Moncloa.

Pero la importancia de cuatro votos no se limita a los grandes titulares. En muchos pueblos de la España Vacía de personas, donde la despoblación avanza y la participación política se resiente, cuatro votos pueden decidir el futuro de un municipio: la llegada de un médico, la apertura de una escuela, el mantenimiento de un consultorio. Allí, cada papeleta cuenta, porque cada vecino importa. Los derechos de las zonas despobladas se juegan, muchas veces, en esas pocas manos que aún votan y que pueden inclinar la balanza en unas elecciones locales.
La trascendencia de cada voto se traslada también al debate interno del PP sobre el sistema de elección de Feijoo: ¿deben decidir los compromisarios o debe valer el principio de “un afiliado, un voto”? La respuesta a esa pregunta es, en esencia, la misma que resuena en la moción de censura o en las urnas de un pequeño pueblo: cada voto puede ser decisivo para el destino de una organización política, una provincia o una nación.
Cuatro votos pueden parecer poco, pero pueden cambiarlo todo. Son la diferencia entre la resignación y la esperanza, entre la continuidad y el cambio. En la vida de un municipio, una provincia o un país, cuatro votos pueden ser el latido que mantiene viva la democracia y la voz de quienes, aunque pocos, nunca dejan de contar.
Si alguna vez en tu vida has tenido cuatro votos en un pueblo, ya has conseguido más que quién nunca se atrevió a defender con valentía y tesón alguna causa de interés común. Todo mi reconocimiento para las personas que ponen su nombre y su marca personal en listas de procesos electorales municipales en las zonas despobladas con el fin de que la democracia y los pueblos sigan avanzando. La voluntad personal y política es lo que más cuenta tanto para lo grande como para lo pequeño.
Los diputados del PSOE procedentes de las provincias más despobladas del país —como Cuenca, Teruel, Soria o Segovia, por poner un ejemplo— se encuentran en una posición clave para aportar hasta cuatro votos a una posible moción de censura del Partido Popular contra Pedro Sánchez. Si un representante de estas provincias considera que la dirección de su partido entra en conflicto con el interés general de España, podría justificar su apoyo a dicha moción como un acto de responsabilidad institucional, especialmente si entiende que así contribuye a preservar los principios constitucionales.
Esta postura encuentra respaldo en el derecho fundamental de participación política recogido en el artículo 23 de la Constitución Española, que ampara la libertad de los cargos electos para ejercer su función conforme a su conciencia, sin que ello deba interpretarse necesariamente como un caso de transfuguismo negativo. Se trata, en definitiva, de una responsabilidad excepcional, reservada a quienes comprenden la trascendencia de su papel en momentos críticos. Puede que, por primera y quizá por última vez, cuatro votos sean capaces de cambiar el rumbo de España.
Opinión de Yolanda Martínez Urbina