Cuando uno anda, a camino entre las calles de esa “Cuenca nueva” que entrecomillo porque el apelativo se ha perdido en el tiempo y las callejas de esa “Cuenca antigua” que no vieja, de la parte alta de la ciudad y que como Patrimonial se entiende, no es de extrañar compartir coloquio amigable con la singularidad de uno de esos personajes conquenses que ahora irradian inconformismo constante, defensa de la indefendible y particularidad en sus mensajes directos: Jesús Lozano.
Para quienes lo conocieron bajo el pincel de Antonio Saura, en sus escondrijos de la Casa Zavala, rebuscando prototipos de modernidad, en su forma de vestir y en su manera de mirar, resulta agradable saber que tiene dimensión de artista, en dibujo y pintura. Y nos lo ha ofrecido en una Exposición antológica que concita los veinte años que ha dedicado a hacer “su propia valoración de estilos plásticos” en esa misma Casa Zavala o antigua Palacio de los Cerdán de Landa, que dedica su versatilidad a mostrar el arte de grandes artistas locales y nacionales.
Jesús Lozano no es el conquense al uso, el “amigo del ea”, no; es un inconformista constante, un crítico de la ambigüedad, de la hipocresía socio-política, de la indiferencia por mejorar, de la postración conquense en el caminar del progreso. Siempre a la brecha, su postureo es honesto porque lo siente y lo hace visible cuando lo hablas con él. Ahora, ha querido hacer realidad lo que siempre tuvo entre sus entresijos, pintar o dibujar, plasmar o sentir, ribetear o poner en valor sus pictogramas en ese “horror vacui” de origen y ese nuevo estilo de liberación psicoanalítica del último momento.
Fue hijo de la Fundación Antonio Saura, y ahora en ese nuevo lenguaje ancestral donde Oriente y su pensamiento le dignifica, lanza líneas en sus cincuenta dibujos, para equilibrar el desequilibrio de la sociedad en la que vive; desdeña el espacio en blanco, criticando la “no cultura” o la “tonta guerra”, expresando que Bonifacio, Miró, Tapies, Saura, Chillida o cualquier “monstruo del Grupo El Paso” diese forma a un espíritu inquieto como el suyo para recrear la valentía que subyace bajo su caparazón de hombre vanguardista.
Creo que nos ha sorprendido a muchos, por su ideario en el Arte, por su manera de conceptualizar las cosas que siente y vive y por creer que sintiéndose artista puede ayudar a mejorar una sociedad que herida de somnolencia política, necesita revulsivos de psicoanalítica posmodernista, de pensamientos taoístas para inducir al cambio, a la mejora, al instinto de hacer de Cuenca algo que destruya el inconformismo ancestral de su historia pasada.
Jesús Lozano, en sus setenta obras nos ha ofrecido su “alma imaginativa” y lo ha hecho con sinceridad y humilde compostura, tal cual es él, para dejar que los demás pausemos su habitáculo en la Cuenca que vive y en los rasgos socio-económicos de los postrados ante la incertidumbre. Un buen conquense, seguro.