Vivimos en un mundo revuelto y lleno de incertidumbre. Los tiempos pasan, pero no sabemos cómo debemos afrontar esos tiempos. Sabemos que vale mentir y eso nos ha llevado a un mar de contradicciones y también sabemos que vale “todo” en esta vida, porque así dicen los que no entienden de respeto que hay más libertad en las sociedades del mundo.
Leía una reflexión sobre el mundo, en eso de ir de acá para allá –como dicen en Latinoamérica- y no de aquí para allí. Me comentaba que “navegaba en la misma zona donde todas las rutas canaleras previstas coinciden: la amarilla, la roja, la verde, la azul, todas ellas cruzan de Ometepe (zona sur oeste del Maderas) a Las Lajas. Por ello, esta vez iba más atento a la ecosonda que otras veces, y la profundidad marcaba exactamente 36,7 pies toda la ruta, o sea unos 11,2 metros. El fondo del lago es muy plano como desierto bajo las aguas”.
Y es que no dejamos de ser navegantes por esta vida, a veces náufragos, a veces con el timón en la mano; y es que, no nos han enseñado el arte de navegar por la vida cuando nos toca lidiar con el temporal.
He conocido a más de cincuenta personas de otras culturas –a pesar de tener el mismo nexo de unión: el idioma, es decir la misma palabra en expresión aunque no tanto en comprensión-, conviviendo en una semana bajo el mismo paradigma: la equidad y la paz. He escuchado sus voces, a veces disconformes con el mundo, y he sentido el peso que supone recordar de dónde vienen y a dónde quieren ir. Me he sentido náufrago en momentos y navegante en otros. Creo que ha merecido la pena sentir el peso del desconcierto, o vivir la intensa lucha del compromiso, a veces, porque cada uno de ellos tenía en su haber un “mundo personal” que le ha hecho más humano, comprometido, sensible, único y solidario.
Lo ha hecho posible ASORBAEX y con ellas Lucy Carlosama, Liliana Borcelino, Mara y la abuela, porque son el germen de cómo llegar, dónde habitar y cuándo sentir. Lo saben y lo hacen.
Latinoamérica es un mundo lleno de incentivos que hacen del vivir un constante hervidero de deseos; entre cada país, cada grupo étnico, cada región o cada individuo, se siente el peso de la bondad cuando se habla de ayuda, de colaborar, de dejar sentir, de ser solidarios, vivir en convivencia, ayudar, comprender y querer. Habría que analizar el “cómo querer” para saber estar a su altura.
Y yo he buscado en mi caminar, un apoyo constante para que estuvieran felices en tierra, sino extraña, desconocida, a pesar de que para algunos siga siendo esa “Madre Patria” de tiempos lejanos, huidizos y soberbios. Y para ello, me he puesto a la misma altura para comprenderlos mejor, les he facilitado el poso de la amistad y he hecho de mi apuesta un logro común.
Por eso, escuché al Grupo Alteia –antigua Ronda de los Juglares- donde se mezclan voces y músicas de conquenses que siguen apostando por hacer del folclore la esencia de vida. Son músicos de corazón, porque lo ponen en cada momento de sus actuaciones; los hay sencillos trovadores y juglares de renombre, y entre todos, juntos, saben compaginar seguidillas, jotas, villancicos, baladas, romanzas y todo tipo de muestras de un cancionero popular tan rico como sus sueños. Alteia, Juglares, Zarabandas, Chendos, Moragas…
Es un grupo generoso porque brinda su maestría a los demás y lo hace son sentimiento y deseo de agradar, crecer y dejar que el momento provoque la alegría de todos: navegantes y náufragos.
Y ahora que ha pasado, que esos sesenta latinoamericanos de todos los rincones de aquel inmenso continente: Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Guatemala, Argentina, Ecuador, Perú, República Dominicana, Uruguay, Chile, México, etc., se han marchado a sus lugares de origen, siento cómo la palabra, el canto, la música o la historia, han seguido un camino común, en este mundo, donde hace mucha más falta solidaridad que guerra, paz que enfrentamiento, afecto y amor a raudales, sentimientos compartidos, provocaciones de apoyo, actividades donde la inclusión ha ocupado pedestal con la figura de Rodrigo González y sus padres; o bien, alternar ante el sueño poético de Eloisa Pardo o Julia Cortés, madrinas conmigo, haciendo posible que las directrices del buen navegante fueran impartidas por Lucía de Vicente, presente en todo momento.
Por eso, mujeres del más bajo llano han compartido con mujeres de la montaña, rural y urbano, campesinos y letrados, licenciados y doctores, poetas y soñadores, mientras la Cuenca como ciudad les ha ofrecido ese lugar al ser todavía más Patrimonio del Mundo, y lo ha hecho enseñando su riqueza patrimonial y su riqueza personal, entendiendo que les damos todo lo que “buenamente tenemos”.
Mi agradecimiento especial a Isabel y todo su equipo, por ofrecernos su espacio, el Museo de las Ciencias, para hacer cultura y convivencia, a Yolanda Rozalén por estar siempre en el lugar donde la cultura exige razón, y al grupo Alteia –bonito nombre que arrastra pasión e historia de tiempos pasados- por amenizar, dejar sentir la música, aprovechar el momento para recrear el espíritu del conquensismo, y por eso, “chapóo” y “gracias”. El mundo lo necesita.
Por Miguel Romero Saiz. Cronista Oficial de Cuenca