San Antón vivió en el desierto afrontando innumerables tentaciones hasta mediados del siglo IV aunque, su fama de santo milagrero, no la logró hasta el siglo XI considerándole patrón de los animales.
Prácticamente, en toda España, este santo ha sido muy festejado a la vez que se le ha colmado con un sinfín de ofrendas en cumplimiento de promesas debidas a la curación de animales aunque, en la actualidad, es una de las fiestas que prácticamente han desaparecido debido, principalmente, a la industrialización del campo que, desde los años 70 del pasado siglo, ha sido la causante de la desaparición de los animales como instrumentos de trabajo porque si, hasta aquellos años era normal criar o juntar en las cuadras familiares un par de mulas, algún burro o una yegua que ayudaban en las faenas del campo, la realidad es que a partir de esos años, en aquella España rural, fueron desapareciendo hasta convertirse en animales casi exóticos en lo que, hoy, es la España desaprovechada y también vaciada.
Tal día como hoy, los animales ocupaban un papel destacado en la fiesta ya que eran liberados de los trabajos a los que estaban sometidos, el alimento era más abundante y, muchos de ellos, se les enjaezaban con adornos siendo, muy especiales, los que hacían los esquiladores dibujando geometrías en los lomos de las mejores caballerías.
Así, ataviadas, acudían a recibir la bendición del santo a las puertas del templo junto a otros animales que hubiera en la casa. Una vez recibida la bendición, la costumbre extendida era la de dar dos o tres vueltas alrededor de la ermita para no contraer enfermedades.
También, con carácter preventivo, se bendecía el pan, se repartía entre los presentes y, si sobraba algo, les daban de comer a los animales. Eran panecillos que, previamente, encargaban algunas familias como promesa o acción de gracias por la curación de algún animal o por haber agrandado la granja familiar.
A veces, en lugar de los panecillos, o junto a ellos, se ofrecía al santo el llamado gorrino de San Antón. Un cerdo que pululaba por las calles vecinales siendo alimentado, durante el año, gracias a la caridad de los vecinos. Ese cerdo, pasado el año, era subastado tal día como hoy.
En la provincia de Cuenca se prendían hogueras en las que muebles, y objetos viejos, eran el combustible utilizado junto a los árboles de Navidad guardados hasta este día.
El día 17, por la mañana, si la pandemia lo permitiera, se celebran los oficios religiosos y una pequeña y entrañable procesión con la imagen del santo. Después de los actos litúrgicos se organizaba hace años, en Cañete, una carrera pedestre, habitual en toda la comarca: la Joya, en este caso de unos 2 kilómetros de longitud; también se hacían carreras de caballos, de mulas, de burros y de sacos para niños.
En Hontecillas, junto al embalse de Alarcón, los Cargos mantienen la tradición como la mantienen en Campillo de Altobuey. En Horcajo de Santiago, en el acta de los visitadores del año 1537 se hace referencia a los dos únicos altares de la iglesia parroquial: San Sebastián y San Antón. Actualmente la imagen puede visitarse en la Iglesia de la Inmaculada Concepción. Los más longevos del pueblo cuentan que el día de San Antón, los propietarios de burros, caballos o mulas acudían a dar gracias al santo por cuidarle sus animales ya que eran el vehículo que les permitía realizar sus labores del día. Tanto es así, que alguno de ellos acudía con un pollo de corral como ofrenda, y posteriormente, se celebraba una comida con la familia. Además, era costumbre subir caminando a la ermita de San Sebastián, y dar tres vueltas al templo, y posteriormente pasar dentro a pedir salud o una pronta recuperación para aquellas personas que estaban enfermas.
Es la festividad de san Antonio Abad en barajas de Melo, Villar de Cañas, la Almarcha, Torrejoncillo el Rey, Quintanar del Rey, Santa María del Campo Rus, Casasimarro, Huerta del Marquesado, Villalpardo, El Provencio, Tarancón, Salvacañete o Cuenca en la que, los sanantoninos, tuvieron edificio propio tras la conquista de la ciudad