Del 3 al 13 de junio, la localidad conquense acogió un proceso colectivo de investigación, memoria y creación contemporánea desde el mundo rural. La residencia creativa y pedagógica Trashumancias 2.5, organizada por la Cátedra UCLM–Diputación de Cuenca y la Fundación Los Maestros, concluyó el viernes 13 de junio en la sede de la fundación en Tragacete (Cuenca) con una jornada de presentaciones en la que las y los participantes compartieron el desarrollo de sus proyectos, las transformaciones que vivieron sus propuestas iniciales y las experiencias de aprendizaje situadas que atravesaron durante su estancia.
Esta edición dio continuidad al trabajo iniciado en convocatorias anteriores, profundizando en los principios de la cultura situada y del conocimiento ecológico tradicional. A lo largo de dos semanas, Trashumancias 2.5 se convirtió en un espacio de creación interdisciplinar, donde la acción artística, la comunicación audiovisual, el pensamiento crítico y la escucha del territorio se trenzaron en una práctica colectiva atenta a los saberes locales y las formas de vida que los sostienen.
El programa reunió a estudiantes de Bellas Artes, Comunicación Audiovisual, Educación y Periodismo de la Universidad de Castilla-La Mancha, la Universitat Jaume I y la Universidad de Zaragoza (Campus de Teruel), bajo la dirección creativa de José An. Montero y la dirección académica de José María Martínez Navarro. Las y los participantes contaron con el acompañamiento de profesionales del ámbito artístico, rural y universitario, participando en caminatas, talleres, mentorías, sesiones colectivas y encuentros con agentes locales.
Los proyectos desarrollados cruzaron múltiples lenguajes: la memoria oral, la pedagogía, la ecología, las prácticas textiles, la performance, el arte sonoro, la fotografía experimental, el audiovisual y la narración documental. Desde estas prácticas, emergieron reflexiones íntimas y situadas sobre el territorio, el hacer manual y los vínculos entre arte y vida cotidiana.
Ivette Veles describe su herbario expandido como «un pequeño homenaje a los ritmos del entorno y a una forma de escritura no verbal». También afirma que “la luz aquí lo cambia todo”, y que en Tragacete incluso el verde y la sombra parecen distintos. Melisa Vezhdieva, por su parte, recolectó palabras y materiales materiales del suelo —ramas, piedras, líquenes—, interesándose por “lo que no se recoge normalmente”, convencida de que tender al suelo es también una forma de escucha.
Desde lo textil, Laia Skovsted encuentra en la plaza un espacio para bordar su colcha con calma, entre conversaciones espontáneas y el paso del tiempo. Sugiere que quizás ese trabajo forma parte de algo mucho más amplio. María Herreros De la Fuente reconoce que su forma de pensar pasa por tocar, ver texturas y dejar que las manos actúen antes que la cabeza. Gloria Nieto observa cómo el propio ritmo del entorno determina la jornada: si hace calor, se para; si alguien pasa, se charla. La Ali habla de sus “paseos quietos”, estar parada conversando en la calle como forma de recorrer el pueblo, y de la creación de una “segunda piel de plástico” que cuestiona la impermeabilidad del individualismo frente a la vida rural.
Varias participantes destacan cómo sus proyectos se han transformado durante el proceso. Laura Martínez Oviedo señala lo enriquecedor de permitir que la propuesta inicial derive hacia nuevas formas. Paz García Blanes, tras explorar diferentes formatos de radio comunitaria, descubre que lo que en principio parecía no funcionar acaba marcando la línea más potente del trabajo.
Otros procesos se vinculan al azar del territorio o al diálogo con la ficción. Javier Soligó relata que, al probar su juego de rol con compañeras y vecinas han surgido roles imprevistos que enriquecido la dinámica. José Fernando Algaba (Mati) ha incorporado a su trabajo gráfico restos metálicos hallados en sus caminatas. Alma Rosell da vida a una criatura simbólica a partir de fragmentos encontrados, “fea, rara y necesaria”. David García, al caminar con su escultura móvil, siente que es como “llevar una idea a pasear por el mundo real”.
Las conversaciones con la comunidad local resultarón esenciales. Paz García Blanes insiste en que no se trata de entrevistas, sino de encuentros. Jhonson Ogando, tras grabar a Vicente, pastor trashumante, cuenta que le impresiona su forma de narrar el paso de las estaciones y los pastos. María Brito, mientras construye su archivo de memoria gastronómica, señala que cada receta trae consigo una historia. Nuria Araque, al colgar sus paños en las fachadas, hace brotar conversaciones improvisadas sobre el luto, el adorno y el gesto con las vecinas que transitan la calle.
Toni Villegas subraya la importancia de crear desde dentro del territorio, y no desde fuera. Esa implicación es compartida también por José Miguel Rodríguez, presidente de la Fundación Los Maestros, quien durante la clausura afirmó que “la gente del pueblo ha hecho que esto sea posible”, y reivindica el papel de la fundación como “un centro de transferencia de conocimiento bidireccional, en el que quienes vienen aportan sus saberes, y la comunidad también comparta los suyos”.
Además, la residencia contó con artistas invitados como Miki Delgado, que presentó una nueva pieza de su serie Vellón deslanado, escultura de acero y hueso con corazón de lana deshilachada. José Antonio Perona, diseñador gráfico, creó una instalación site-specific que reformuló la identidad visual de Trashumancias desde el diseño contemporáneo. Durante el proceso de residencia participaron también José Fajardo (etnobotánico), Vicente Caja (pastor y alcalde), Martín Muelas (catedrático de literatura), Vicente García de Paredes (ecoagricultor), Chus Patón (joyero), así como vecinas y vecinos como Paco, Guadalupe, Juli, Granada, Anastasia, Miguel o Valeria, quienes compartieron relatos, semillas, plantas, espacios y tiempo con las personas residentes. La mediación local estuvo a cargo del equipo de la Fundación Los Maestros: Olga Megina, Sonia Nieto, Nuria Cardo y Nerea González.
Trashumancias 2.5 no busca intervenir el territorio, sino habitarlo desde la sensibilidad, la colaboración y el cuidado mutuo. Caminar, conversar, observar y compartir se convirtieron en formas de generar conocimiento y comunidad. La trashumancia se entendió aquí como una metáfora de pensamiento y práctica móvil, capaz de articular arte, pedagogía, escucha y regeneración rural.
El punto final de esta edición tendrá lugar el viernes 11 de julio, durante la celebración de la Semana del Optimismo Rural en Tragacete. Será una jornada de devolución pública: se presentarán los proyectos realizados, se proyectarán el corto documental de Jhonson Ogando y la docuficción de Toni Villegas, y se celebrará con un concierto, una comida popular y un encuentro con las personas colaboradoras del pueblo. Una manera festiva y compartida de cerrar una experiencia que también fue un ejercicio de imaginación territorial.
