Vídeo. Vistiendo a la Soledad del Puente
En Blanca Benito, camarera de la Soledad del Puente, se produce una especie de ósmosis inversa porque la Semana Santa de Cuenca le entra por los poros hasta filtrarse en el alma. Lleva la Semana Santa tan adentro porque, todo lo que la rodea, es el aire que ella respira: “es que, mi padre, estuvo treinta y tantos años de tesorero de la Soledad del Puente y, por eso, lo hemos vivido tan de cerca en mi casa. Tan de cerca y tan de lejos porque no se olvida la época en la que no nos dejaban salir a las mujeres hasta que abrieron las mano y pude salir con mis hermanos”

Blanca, además cofrade, fue la primera mujer que ocupó cargo en la Junta de Cofradías. “Sí, fui secretaria. Todo un lujo. Es algo que agradeceré siempre a Javier Caruda que, por entonces, era el presidente. Ninguna mujer, antes, había estado en la Junta y fue todo un honor. Una experiencia irrepetible, gratificante y aleccionadora que tuve que dejar porque, mi madre, necesitaba de mis atenciones. He sido muy feliz durante los 14 años que estuve ahí, en la Junta, etapa, digo, gratificante y aleccionadora porque desde ella, se ven las cosas de otra manera aunque lo que más te apasione sea tu hermandad pero, desde la Junta, lo que se aprende, lo que aprendí, es amar a nuestra Semana Santa en todo su conjunto porque, cuando estás dentro, ves las cosas de otra manera hasta el punto de sufrirlas cuando algo le va mal a alguien, o de alegrarte en el caso contrario”.
Los nazarenos, los que desfiláis en las procesiones, nunca las veis completas porque ocupáis un lugar concreto en ella y, desde ese lugar, poco se puede contemplar. “Es verdad, sí, pero cuando podemos, y es mi caso, veo las procesiones tres o cuatro veces aunque ahora no pueda por mi madre. Pero, ya te digo, la veo en un tramo y, cuando termina, me voy a otro sitio a verla de nuevo, y a la Plaza mayor. Lo que echo de menos son las retransmisiones de las procesiones, las que se hacían en Radio Nacional y las de Tele Cuenca hasta el punto de que me acuerdo de ver la procesión en la calle, e irme corriendo a verla en mi casa”.
En todas las Semanas Santas desfilan tallas y, de, ellas, las que llamamos de vestir y, ahí, entra de lleno el trabajo de las camareras. “Sí. Los días anteriores son de nervios, de alegría y satisfacción por lo que tienes que hacer, por la responsabilidad, por los problemillas que puedan surgir. Tiene tu cosilla” dice Blanca sin dejar de sonreír al tiempo que explica lo que, en realidad, es ser camarera de una imagen: “las camareras, al menos en la Soledad del Puente, son elegidas en junta General. Hay una camarera y una ayudante”, dice, añadiendo también que son las encargadas de que esté limpio el altar y de que esté preparada la ropa y el ajuar durante todo el año. Lo curioso, y lo hablo con Blanca, es que entre ellas, en entra las camareras, no existan apenas relaciones: “no tenemos relación, no, cosa rara por otro. Yo, con la única, y es por el hermanamiento, es con Aurora, la camarera de la Soledad de San Agustín”.
Desde una religiosidad cercana, desde una familiaridad alcanzada tras muchos años, el momento de ponerte delante de tu imagen, a su altura, debe de ser excepcional en todos los sentidos: “sí, se te ponen los pelos de punta. Estar frente a frente , la Virgen en el suelo, a tu altura, eso te entra…es verdad. Es que cuando lo sientes con fe, sientes que es tu madre le hablas. Yo le hablo mucho y le pido muchísimo. Hay veces que la miras, y le dices…¡ay soledad, ayúdame a salir adelante!.
La Soledad del Puente, ya vestida, lleva dos enaguas, un vestido, el manto y cientos de alfileres. “Cientos. Los lleva de cabeza blanca y de cabeza negra aunque, los que más abundan, son los que utilizan las costureras porque no se notan”.
El vídeo que publicamos hoy, fue grabado en el año 2008. Han transcurrido 12 años y me imagino que muy pocas cosas han cambiado. ”Pues en 12 años, el vestir viene a ser lo mismo. Cuando llega noviembre se la viste de luto, ahora, en cuaresma, de hebrea…la verdad es que tiene muchos vestidos. Antes, el color era el de azul marino y, ahora, la puedes ver de granate o de blanco. Los vestidos los tienen las monjas de la Puerta de Valencia. Luego, ese momento de vestir a la Soledad, ha cambiado a mejor porque ya no le quitamos los brazos. Las manos, como sabes, las tiene unidas. Se han adaptado los vestidos, se han abierto por la zona de los hombros para que no haya que quitarle los brazos porque, eso, aunque parezca una simpleza, tiene sus riesgos”.
Cuando llega el día, la camarera, con su ayudante, prepara las cosas en el interior de la sacristía de la iglesia de la Virgen de la Luz anque, en los últimos años, ya no se vista allí a la Soledad del Puente. Lo hacen ellas solas o, en su defecto, con la presencia de muy, muy poca gente. Lo hacen en total intimidad. “Yo creo que esto, estos momentos, seguirán siendo así y no se abrirán al público, aunque las cosas, como cambian tanto, todo pudiera ser pero, no. A la Soledad la ve muy poquita gente. Tú tuviste el honor de estar un día con nosotras pero, esas cosas, son muy raras porque solo estamos nosotras y el secretario que nos ayudaba en el momento de quitar los brazos. Ahora, ni eso”.
Toda camarera ha tenido su maestra y, Blanca, la ha tenido en Leonor Nieto. “ Desde 1981 he estado con ella, con Leonor. Anteriormente estaba doña Isabel Calleja de camarera pero, por motivos de edad, y de salud, presentó la dimisión porque no podía, estaba muy mayor y, entonces, se nombró a Leonor que aceptó el cargo a condición de que nombraran a una ayudante de camarera por lo que pudiera parar. Se propuso en Junta General y, de allí, salí yo en el año 1981. Estuvimos juntas hasta que Leonor se marchó en el 2012, también por motivos de salud y de sus rodillas y, así, que me quedé de camarera con Ángela”.
La verdad es que , en esa intimidad, da gusto ver el mimo y meticulosidad con el que trabajan, con el que colocan alfiler a alfiler, con el que buscan la medida exacta, el detalle hasta que la imagen sale a la calle. “Cuando la veo, me gusta verla cuando sale de la iglesia, cuando la veo, ese instante es hablarle desde mi interior: madre mía, ya estas aquí. Pero, al momento, comienzo a fijarme si se le ha ido algún alfiler. Son momentos de recogimiento, de alegría, de amargura al ver esa cara de pena que lleva, de nervios, muchos…El año pasado no pude verla salir por culpa de la lluvia y, este año, manda el señor virus. Que le vamos a hacer. Que esto pase lo antes posible. Se lo pido a la Soledad y a mi padre. Poca gente sabe lo que significa para un nazareno que le suspendan su procesión. Una auténtica pena. Pero pena, pena, es lo que nos esta pasando. Que superemos esta guerra y que el año que viene veamos a la Soledad del Puente por las calles de Cuenca”.
José Luis Muñoz Martínez
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