
La noche se adentra y con ella el Miercoles Santo de Cuenca avanza recogido en silencio expectante y mirando al cielo. La Iglesia de San Pedro, la capilla de los Mayorga, la Cruz de Santiago que preserva la impronta de Cuenca Santiaguista y su artesonado mudéjar de principios del siglo XVI son testigos de la Celebración Eucarística que precede a la procesión. Miércoles Santo, y yo, como bancero, ajusto mis fuerzas y respiro hondo. El paso con la madera tallada y policromada de Marco Pérez que representa la escena de “El Prendimiento” reposará sobre mis hombros, una carga pesada y sagrada. En la calle el aire huele a mojado y a historia, la lluvia aprieta y las piedras de la calle San Pedro me susurran desde el exterior que no soy el primero ni seré el último en vivir un descenso en el que me encontraré con el Beso de Judas, con la traición que ya espera en la Plaza Mayor. Miembros de las Hermandades nos damos la paz en la Iglesia y aceptamos lo que tenga que llegar. Los rezos suben al cielo como súplicas, y parece que la fe de todos nosotros contiene las nubes y podemos salir. Balanceamos el paso para repartir los pesos y emprendemos marcha.
Debajo del capuz y la túnica, todos somos iguales, veo calles empedradas, iluminadas por la luz temblorosa de los faroles, que se convierten en un escenario de arte que trasciende el tiempo. La Plaza Mayor apiñada en las aceras guarda silencio y el Beso se pone por delante, avanzando con solemnidad. Su imagen, tan real que parece respirar, revive el instante en que la traición se hace carne y marca el inicio de la Pasión, y Cuenca contiene el aliento. Avanzamos portando la cruz de Santiago en las andas, símbolo de una ciudad que también fue baluarte de la Orden y que aún hoy se siente protegida bajo su emblema. Siento la fuerza trascedental de la hermandad fundada por excombatientes de la División Azul en la posguerra en cada paso que doy, siento la fuerza de Marco Pérez en los años 40, ayudando con su obra a reconstuir y a sanar el daño emocional de las imágenes destruidas en una absurda guerra de traiciones entre hermanos. Siento que defiendo el Arte, la Cultura y el Patrimonio, como lo hubiera hecho en otro tiempo. Siento la Fe y la Tradición, la continuidad. Siento a nuestra Cuenca Nazarena, a nuestra Santa Cuenca. Siento también el sentir de aquellos que creen que no es santa, que es víctima abandonada, que es una falacia, siento el sufrimiento en mi hombro por el peso del banzo y en mi alma por las personas en las que deposité expectativas y que no cumplieron y aún así camino en movimiento sincronizado junto a mis compañeros porque el único destino es hacia adelante acompasándonos con el resto de hermandades y la melodía de la Música que la vida nos toque. Siento que a la traición solo se la venceremos aunando esfuerzos y caminando juntos hacia la gloria.
Sé que detras llevamos a la negación de San Pedro y al majestuoso Ecce Homo de San Miguel con su antebrazo extendido sosteniendo a una ciudad eterna, atravesando el tiempo de lo histórico del casco a lo contemporaneo de Carreterías y recogiendo el peso de nuestras esperanzas y temores, dando alma a la madera que late dentro de nosotros y en cada bancero al que la fuerza le eleva, leal como San Juan junto a la Amargura de la Madre y la de los hijos presentes y ausentes de una ciudad que es Patrimonio de todos, Patrimonio de la Humanidad y en la que Cuenca entera es bancera.
Opinión de Yolanda Martínez Urbina