Grati Usero. El calzado eran las albarcas y los calcetines de lona que duraban dos o tres días
Al llegar a Las Majadas, a la altura de la cruz de todos los caídos, unas madres, con sus niños, ataviados todos con el traje típico serrano, cruzaban la carretera en dirección a la plaza en donde, a las ocho de la tarde, tendría lugar el pregón inaugural de las fiestas que, en honor a la Virgen del Sagrario, celebran en Las Majadas desde tiempos inmemoriales aunque, los que van quedando, como Jesusa, no se olvida de esos días, a mediados de los años 50 del pasado siglo, en los que, el pueblo, calles y plazas eran adornadas con motivos vegetales, y arcos con bujes que daban cobijo a turroneros que vendían, además de turrón a granel, petardos que dibujaban grafitis negros en las fachadas blancas. Eran tiempos de baile en el salón de la Catalina y de cine asegurado en lo que, hoy, es el baile porque, la plaza, la actual, la del pregón, se había convertido en plaza de toros, cerrada a cal y canto con troncos de pinos, semilla indiscutible de lo que es, hoy por hoy, la afición taurina de Las Majadas que, por si no lo saben, es mucha. Fieles a la cita, se produjo el reencuentro de los que se quedaron y de los que se marcharon. Es ley de vida en nuestra España rural que, en fechas, como la de hoy, besos, ternura y derroche de amor van a la par en esta plaza en la que, los recuerdos, abrazan al tiempo.
Cristian Sánchez, alcalde de Las Majadas, saludaba al nutrido auditorio desde el balcón del Ayuntamiento, en el que, la madera, es su principal soporte. Saludó a vecinos y visitantes en nombre de la Corporación al anunciar que, un año más, ha llegado el día 7 de septiembre en el que nos disponemos, con nuestras mejores galas y nuestras mejores intenciones, a disfrutar un año más de las fiestas en honor a Nuestra Patrona la Virgen del Sagrario. Os deseamos, de todo corazón, que las disfrutéis tanto como sea posible porque, en ellas, hemos puesto nuestra mejor intención. Son días felices días, de reencuentros con familiares, amigos de la infancia, amigos lejanos, gente que sigue preocupándose de guardarse unos días de vacaciones para poder volver a sus orígenes, de vecinos, padres y abuelos que cargan la nevera con sus mejores viandas para que su gente esté lo más a gusto posible.
Antes de dar paso al pregonero, tuvo palabras de recuerdo para los que no están concretándolas en dos nombres: Dani, que sigue mandando recetas de cocina desde el más allá, y José Luis , “Satélite”, que parece estar por ahí, como siempre, dijo.
Cristian, el alcalde, presentó al pregonero, Gratiniano Usero, como lo que es: el último trashumante que, tomando micro, se calzó piales y abarcas, se puso las delanteras y, sin su boina, empezó a sacar del morral historias trashumantes desde las altas tierras de Guadalajara y de Teruel, hasta el final del viaje, coincidiendo con el viaje de las grullas: porque anuncian el camino de los pastores, de los vaqueros ligeros de equipaje con sus rebaños, jornada tras jornada. Cuando paraban aquí, en el pueblo, hacían un descanso, pasaban a las tiendas a comprar el hato y, en las rejas de las ventanas ataban las caballerías. Al pasar las cruces se respiraba otro aire, siempre caminando hacia el sur. Las indumentarias eran leves, el cazado eran las albarcas y los calcetines de goma que duraban dos o tres días. Llevábamos unos leggies, unas delanteras de cuero para no mojarnos del agua junto a nuestros capotes, de media capa, negros. Escuchábamos el tiempo que hacía, frente a frente, aguantando las inclemencias del tiempol cuidando, siempre, de llevar nuestro ganado al destino siempre abierto, como un abanico, para que vayan alimentándose de los pastos.
Si hay algo que protagoniza la vida de un trashumante es el perro: el mastín para defender al rebaño frente al ataque del lobo o de otro depredador y, el carea, listo como él solo para que, a la orden, un silbido, salga como una bala agrupando a más de mil ovejas en un abrir y cerras de ojos. Nuestros perros careas, nuestros compañeros en largas noches de noviembre, de noches oscuras y frías en las que sentíamos el frío en nuestros cuerpos pero que, con una buena lumbre, hacíamos llevar las llevaderas más llevaderas. La luz nos la proporcionaba la luna y los cielos estrellados. Los brillantes ojos de los mastines del rebaño y un quejío de rumia de las ovejas junto a los sonidos de los cencerros, nos avisaban de que debíamos seguir velando el ganado. Finalmente, llegamos a un destino cansados, agotados pero felices de caminar por aquellas veredas de las que, hoy día, apenas queda rastro.
No se olvida, Grati, de comentar las largas jornadas caminando por montañas y valles y de la labor realizada, en su día, en la limpieza del monte: en las primeras aguas del otoño, se procedía a la quema recordando, así, a los hacheros y arrastradores, aquellos que tiraban con sus yuntas las maderas resultando, de todo ello, un recuerdo, un final en el que se hecha a faltar a los pastores, a no ver obreros en el monte y a ver cómo el pueblo se queda vacío.
La canción popular por excelencia, el himno trashumante salió a relucir al final del pregón cuando, Gratiniano, sin ponerle música, recordó la letra del célebre tema “Ya se van los pastores”: ya se queda la sierra triste y oscura. No hay que olvidar el fuego que nos acecha. Quiero decir con esto que nuestros montes se quedan solos y olvidados.
Los que se fueron en silencio tuvieron su recuerdo en las palabras de Grati. Los que se fueron, los que nunca se olvidan y perdurarán en la memoria, dijo el trashumante metido a pregonero que, poco antes de finalizar, dejaba recado a los jóvenes: que disfrutéis de las fiestas y de su propia libertad.
Ahí termino su pregón. No hizo falta carea alguno para que, el público asistente, fijara la atención y guardara silencio hasta un final que se rompió en aplausos. Luego supe que alguien de la familia nadaba en lágrimas porque, Grati, sin proponérselo, abrió en canal las emocioneslas y destapó, con su pregón, el tarro de los recuerdos, de las ausencias en estos reencuentros que, también, humedecen las raíces del alma.
Hasta el año que viene, si Dios quiere.
José Luis Muñoz M.