Los efectos mortales de las diferentes epidemias que se sucedieron a lo largo de los siglos se cuentan en millones de personas: un azote cíclico que causó terror entre la población, prácticamente sin recursos para hacerle frente, más allá de algunos remedios que se pusieron en práctica. Lo más básico para luchar contra enfermedades y epidemias fue la higiene. En aquella toma de conciencia que hubo ante la gran peste del año 1348 en muchos lugares se prohibió la circulación de ganados por sus calles y el vertido de despojos en sus ríos.
La conciencia sobre el perjuicio de todo tipo de inmundicias quedó muy bien reflejado en el año 1404, cuando se escribió esto a propósito de la suciedad del río Sena, en París:
Sería una gran maravilla que el cuerpo humano, bebiendo esa agua, no incurriera en muerte o enfermedades incurables.
Entre los consejos dados para luchar contra las enfermedades hubo algunos verdaderamente curiosos, que nos trasladan muy bien a la mentalidad tan singular de aquellos años, repleta de prejuicios y condicionamientos. La importancia que adquirió la peste llevó a muchas personas a usar recursos y medios populares que habían demostrado su eficacia para prevenir otros males. Por ejemplo, en cuanto a la higiene, se decía:
Bañarse es cosa muy dañosa, pues el baño hace abrir las porosidades del cuerpo por las cuales el aire corrompido entra y produce fuerte impresión en nuestro cuerpo o en nuestros humores.
También se aconsejaba usar poca comida, de manera que cada uno sufra en sí mismo más hambre que hartura.
Y en cuanto a la prevención del contagio de la peste, el médico Agramunt recogió unas cuantas recomendaciones:
-Usar mucho vinagre en todas las carnes y jugo de naranjas y limones.
-Tomar comidas calientes y sustanciosas. Y también coles, chirivías, zanahorias, carnero, gallinas y pimienta.
-No tomar pescados viscosos, como anguilas y morenas. En todo caso, evitar que huelan mal. Si hubiera que consumir pescados, escoger los de la zona, aderezados con vinagre. Los fritos o asados son también muy recomendables para la salud.
-Hacer mucho ejercicio físico, como saltar, cazar a pie, luchar y practicar esgrima.
-Consumir verduras y frutas, como melones, calabazas, lechugas, etc.
-Beber vino flojo o rebajado con agua, porque el dulzón se pudre y se convierte en cólera.
-Dormir con las ventanas abiertas para que entre el sol.
-Usar vestidos de lana fina o seda y proteger especialmente los pies y la cabeza, pues están lejos del corazón, que es la fuente de calor.
-No comer pájaros que se críen cerca de lagos, como patos y ocas, ni otras carnes húmedas en su naturaleza ni tampoco lechoncillos.
No obstante, cuando una epidemia aparecía, lo común era que la actitud de una parte de la población fuese huir pronto, lejos y volver tarde: cito, longe, tarde, palabras clave que nos llevan a aquella idílica imagen campestre y también al escenario en el que podríamos situar a los protagonistas de El Decamerón, que se marcharon al campo para estar al abrigo de todo contagio, algo que sólo se podían permitir unos pocos:
Yo juzgaría excelente que, en nuestras condiciones, saliéramos de este lugar igual que muchos han hecho y hacen; y, huyendo como de la muerte de los deshonestos ejemplos ajenos, fuéramos a establecernos honestamente en nuestras posesiones de la comarca, con fiestas, alegrías y placeres (…) Allí, además, el aire es más fresco, hay mayor abundancia de las cosas necesarias para la vida en estos tiempos, y es menor el número de molestias; y aunque también allí mueran los campesinos igual que aquí los ciudadanos, el desgrado es menor, pues escasean las casas y los habitantes.
Lo común en las ciudades fue que, agotados todos los recursos, las posibilidades se redujeran a esa huida o a la cuarentena. Como ya vimos, la cuarentena fue el remedio más eficaz para muchos lugares que pudieron evadir la enfermedad.
Una consecuencia inevitable de las huidas de la población era el pillaje y la falta de seguridad al deteriorarse la autoridad, con lo que el crecimiento de la inseguridad fue notable. La inmediata consecuencia fue que se desarrollasen bandas de mercenarios que saqueaban territorios.
Centrándonos en lugares que nos quedan más cercanos, uno de los pueblos de los que se han conservado testimonios es San Clemente, en el año 1581. Estas fueron las precauciones que se tomaron açerca de questa villa a reçibido una requisitoria por la qual pareze que en las çiudades de Sevilla y Cádiz anda gran peste (…) Se acordó que las guardas puestas guarden fielmente la parte e lugar que les an encargado e no dexen entrar en esta villa ningún forastero ni caminante, syn que traiga testimonio bastante del lugar donde viene…

Además, se resolvió hacer muros o cercas para afianzar la protección:
Otrosí, se acordó que en lo que toca a la çerca del lugar, que se a de haçer, se pague de los propios de esta villa.
Acordóse que los alcaldes tengan cuidado de conservar las çercas y castiguen a los que derribaren alguna tapia o hizieren portillos, y que se pregone que ninguno rompa la dicha çerca, con apercibimiento que a su costa se hará de piedra.
Y llegó el año 1600 y con él, el mal contagioso…
El señor corregidor dijo que, como es notorio, la falta de la salud aprieta tanto ques necesario tener en esta villa el cuidado de guardalla de las enfermedades contagiosas que hay, y así es neçesario se nombren personas deste ayuntamiento que tengan el cuidado de hazer que las salidas a los campos, como son puertas, portillos y postigos, se çierren de manera que no se pueda tener ninguna salida…
Tratóse cómo conbiene questa villa se guarde, atento que se dize aver en muchas partes y lugares peste y estar apestados, se acordó se notifique a los vecinos que estuvieren çerca de las calles que se an de çercar, las zerquen dentro de ocho días…

Dijeron que por quanto los médicos, que a este efeto llamaron, diçen que es de grande ynportançia e mucha necesidad, para remediar mayores males, el acudir a las grandes neçesidades que tienen muchos hombres pobres desta villa, que, por falta de tener con qué se alimentar, están enfermos…
Para remediar a los enfermos que no tenían qué comer, se acordó socorrerles de la siguiente manera:
Dixeron que como está decretado, se saquen de las sobras del alholí de don Alonso de Quiñones otros dos mill reales para los pobres nezesitados enfermos que más necesidad tienen.
El alholí era el Pósito o almacén de cereales que atendían a las demandas de alimento o dinero en aquellas situaciones de emergencia.
Las medidas acordadas atento a que el mal va en aumento precisaban de la asistencia médica, porque no había médicos que quisieran visitar enfermos, por mucho peculio que se les ofreciese:
Ay nezesidad de personas que acudan a el serviçio de los enfermos, y aquí no se halla quien lo aga, por mucha cantidad de dinero. Acordóse que se escriva a el señor Pedro de Tévar, questá en Madrid, para que procure que vengan dos o tres Hermanos del Ospital de Antón Martín, haciendo la negoçiaçión en la forma que se suele para otros lugares que tengan enfermedad…
Los lugares cercarnos también tomaban sus medidas. Así ocurrió en Perona

Tratóse cómo en el lugar de Perona se guardan desta villa e no dexan entrar a ninguna persona por orden de don Juan Pacheco…
Una vez más, el Pósito sirvió de alivio a las necesidades:
Tratóse de que esta villa, con la gran nezesidad de la enfermedad que a tenido e pasado, a gastado con más de 2.800 muertos que a avido, e otros 4.000 que an enfermado, gran cantidad de dineros.
Que se tome de los Pósitos cantidad de 600 ducados, como está acordado en otro ayuntamiento, para con ellos comprar las mantas que pudieren…
Durante el siglo XVII hubo sucesivas epidemias de peste. Así, en los años 1649 y desde 1676 a 1678, una peste que afectó en gran medida a Sevilla y Málaga, enviando el rey Orden para que las villas se guardasen y se notifique a los cavalleros comisarios que tienen la guarda de la peste que, sin ninguna dilaçión, nonbren guardas en las puertas desta villa y hagan çerrar los portillos o ronpimientos que se an hecho en la çerca, puertas falsas y postigos que salen fuera, de manera que se guarde esta villa con la vigilançia y cuidado que la materia pide…
En las obras de Medicina se recogían todos los remedios que se suponían útiles. Así, el médico André Soubiran, en su obra Diario de la Medicina, escribió que había que rociar el suelo con agua avinagrada, esparcir plantas aromáticas, purificar el aire de las casas quemando maderas aromáticas y haciendo fumigaciones de mejorana o de ámbar, respirar el mayor tiempo posible con una esponja empapada en vinagre y agua de rosas, de clavo y canela.
Además, recomendó que el médico atendiese a los enfermos con un lienzo empapado en vinagre debajo de la nariz. Como se ha indicado ya, el vinagre fue uno de los específicos aconsejados, y se sugería que fuese usado en las comidas, como medicina y como alimento, porque posee las propiedades de oponerse a la putrefacción y a la corrupción del cuerpo. También se recomendaba el ajo.
Además, se decía que había que tomar carnes blancas y asadas mejor que cocidas, y en lo relativo a las frutas, se recomendaban las granadas, los limones y los membrillos. Y beber vino clarete sin exceso…
Evacuar el cuerpo era muy importante y si había dificultades, se recomendaban lavativas. A las personas gordas se las recomendaba no sentarse al sol y a los hombres que fueran castos, si tenían aprecio a su vida…
Los focos de enfermedades debían conocerse lo antes posible, con el fin de aplicar una profilaxis inmediatamente, ya que estaba en juego la economía y la vida.
Las epidemias han sido una constante en la Historia y cada época ha sufrido sus consecuencias, y de todo ello quedan testimonios documentales que nos permiten asomarnos a aquellos siglos de grandes dificultades, aumentadas con la llegada de estas enfermedades.
Por Mª de la Almudena Serrano Mota. Directora del AHP de Cuenca