Esa manera de percibir y analizar la realidad integral del individuo, explorando elementos de la filosofía de la totalidad y así observar la casuística en los procesos, las experiencias, los conocimientos, las actividades y las personas en su propia concepción, conformaría lo que se llama proceso holístico o pensamiento holístico.
Del griego “holos” significa total, todo, entero; y sin duda, pretende –según bien lo definió Smuts- “la tendencia de la naturaleza de usar una evolución creativa para formar un todo que es mayor que la suma de sus partes”.
Y es que estamos en un mundo complejo. Los constantes cambios climáticos, la evolución de la mente, la dimensión de pandemias, los contrasentidos en la líneas políticas o económicas de un mundo globalizado y excesivamente despersonalizado, nos han llevado a presentar “problemas conductuales” en la mayor parte de cada uno de nosotros.
¿Cómo analizamos cada uno de nosotros, la realidad integral o, cómo entendemos los muchos fenómenos que se producen o se encuentran habitualmente? Cómo los analizamos para poder, sin duda, actuar en consecuencia. Ese es el grave problema que nos acucia. Algunas preguntas importantes serían: ¿actuamos correctamente?, ¿sabemos actuar ante el problema?, ¿detectamos el problema, en cuestión?
Por tanto, la gestión del conocimiento involucra muchos aspectos complejos de tipo organizacional; abordarlo de manera simplista no funcionará, tampoco si solo se entregan soluciones tecnológicas en la organización lo cual no hará que mágicamente el conocimiento se dé; por esa misma razón, habrá que hacerlo de manera integral porque hay que considerar al individuo en base a su experiencia, ayudándonos de las tecnologías y los procesos, pero como un todo, y de manera cíclica porque así implicará una serie de actividades continuas para que el conocimiento se pueda capturar, se aprenda a gestionarlo, se difunda y sobre todo, se aplique. De esa manera generaremos más conocimiento para adaptar los cambios, las innovaciones y las mejoras.
Y es que hay un exterior y sobre todo, un interior del individuo. Y ese equilibrio, o ese conocimiento de nosotros mismos debe ser el punto de partida. Ahí intervendrán las ciencias como Filosofía, Psicología, Pedagogía, Lingüística, de la Salud, del Medio Ambiente, la Ingeniería, la Metafísica, la Astronomía, la Sociología, la Biología, y tantas y tantas ramas de la Ciencia Universal.
Me siento feliz, y lo hago desde el sentimiento, el deseo de compartir y la sensación de “un deber cumplido”, porque sentir que alguien de tu herencia –no tanto de tu sangre y sí de tu método y corazón- ha sido capaz de entender la vida como esa parte de la holística en la que basar su ilusión, su comportamiento y su capacidad, me hace sentir la esencia de la “posible verdad” que uno busca a lo largo de toda tu vida.
No sé si las razones de ello son las buscadas o las que deben generar un punto de partida; tampoco sé, si la ruptura de un tiempo feliz, o la proclamación de un cambio generacional, ha podido influir o servir de causa determinante, pero sí que sé, que la mente evoluciona, proclama su ejercicio y determina sus voluntades, y esa mente, la que potencia lo sensorial y espiritual ante lo material y humano, ha dictado sentencia. Y mucho de eso le ha marcado el camino. Mi labor, toda la vida, servir de “maestro” en el ejemplo –aunque no siempre-; en el cariño dado –todo el tiempo-; en las voluntades –las que me definen- y, en el querer saber y ejercitar con ella un aprendizaje constante de valores, de propuestas científicas, de ejemplos profesionales y de amor, mucho amor.
Por eso, ver e inaugurar un centro holístico, aclamar cómo elección lo que su pensamiento –tal cuál Platón dictaminara- le ha definido, ha sido para mí un efluvio de pasión, de ilusión y de alegría. Quien fue –por necesidad- parte de mi vida; y quien –ahora- por convicción sigue queriendo ser-, ha puesto en valor y ha sacado a la luz su “punto de mira en futuro y decisión”, creando un Centro Holístico con el anagrama de Sannar, invitando al creyente en las formas de la mente, provocando sinergias entre sus correspondidas amistades o compañías, e ilusionando a quienes confían en su capacidad, en su propuesta personal y en su corazón. Yo soy, sin duda, su más ferviente seguidor. Lo confirmo.
Los pensamientos son la única compañía que nunca nos abandona, pero si queremos preservar nuestra salud mental y salvaguardar la de los más jóvenes, es imperativo que aprendamos a dejar la mente en blanco. Porque los seres humanos somos prisioneros de nuestros pensamientos –lo dijo Pattakos-, por eso la psicología experiencial debe ayudarse de la Filosofía y de las ciencias de la Salud, para así evitar anclarnos en esos miedos que afloran y nos invaden constantemente, y debes dejar que el día acabe y prepararte para el que está por llegar.
La gente no se detiene a pensar en cómo piensa, tal vez porque ve que es un acto invisible, pero pensar es como respirar y siendo un acto vital y necesario, pocas personas se detienen en aprender a respirar mejor. Esto es lo mismo. Mucha gente, casi todos, saben que el ser humano piensa, pero pocos aprender a saber pensar o se detienen en qué pensar y cómo ayudarte de ese mejor pensamiento.
María Pilar Ferrer, filósofa conquense, en el centro de Valencia, en ese número 54 de Gran Vía, marqués del Turia –punto de inflexión de una ciudad bella- ha abierto un centro holístico bajo el nombre de Sannar y ahí condensa su ideario, en aplicar una medicina integral –interior y exterior- para que todos aquellos que lo deseen –y sobre todo, lo necesiten- aprendan a pensar, a sentir, a creer, a valorar su vida, la de los seres que le rodean, la del mundo que le invade y la de su “propio corazón” para ser pensadores efectivos.
Por eso, el Gabinete Sannar abre sus puertas con la posibilidad de encontrar allí, todo aquello que favorezca la mejora en la salud externa del individuo y especialmente, en la salud interna, herida por las circunstancias de vida, de sociedad, de trastornos socio-profesionales, de influjos ocasionales del ambiente, o de ataques morales cuya razón es la falta de dignidad, respeto, indiferencia y deshumanización. Busquemos el equilibrio emocional y la persona, en su integridad, estará mejor y sentirá que el camino debe de seguir.
Por Miguel Romero Saiz