Ana Torrecilla en Navalón. Conforme se van nuestros mayores, pasamos menos días en el pueblo.
Aunque no fuera el lugar más indicado para el acto de inicio de las fiestas de Navalón en honor al patrón, Cristo de la Fe,-hemos podido saber que, el Ayuntamiento, piensa llevarlo el próximo año a la plaza del pueblo-, el salón de usos múltiples –al que entran todos los ruidos sin permiso alguno- y en el que se ubica el bar, fue el escenario del pregón pronunciado por Ana Torrecilla Infante ante todo el pueblo: el que hace la vida día a día en él y el que, cuando puede y como puede, regresa para encuentros de este tipo, sobre todo en días de fiesta porque, como diría posteriormente la pregonera, hasta eso se va perdiendo porque llega un momento en el que, en el pueblo, no tienes ya pariente alguno.
Todo fue en ese salón de usos múltiples en el que, en primera fila, se encontraba el alcalde de Fuentenava de Jábaga, José Luis Chamón, acompañado del pedáneo, Abel Zarzuela, de las concejalas Rosa María Caballero y María Teresa García. A partir de ahí, la pregonera, Ana Torrecilla, abría fila en la que se encontraban damas y reinas.
Julián Recuenco, historiador, nacido, criado y enamorado de Navalón, hizo la presentación de la pregonera, Ana, nacida en Gavá (Barcelona), núcleo de población de unos 47.000 habitantes ubicado entre el macizo del Garraf y el delta del Llobregat porque, su padre, siguiendo a otros familiares, abandonó el terruño de Navalón, seco y sin futuro, por un trabajo en la fábrica de Roca. Dejó el pueblo, hizo la maleta en busca de un futuro mejor. Allí conoció a mi madre, otra gran luchadora que en similares circunstancias habían migrado de Córdoba y, allí, nací yo a finales de los 70 dijo Ana al tiempo que recordaba a los que, por esas fechas, o posteriores, tuvieron que marchar como ensalzaba a los que no abandonaron Navalón, echando y ahondando raíces mientras cuidaban las tradiciones.
Un momento, especialmente delicado, llegó cuando, Ana, recordó a su tío Benigno al que no pudo acompañar tras su muerte. Una emoción rota por los aplausos de los asistentes a los que les dedicó imágenes, de su niñez, a finales de esos años 70: la de fotos que conservo en casa yo. Metida en un barreño metálico con agua que hacía de piscina antigua cuando no corría tanto el dinero, junto a mi prima Ana, justo en el patio donde ahora lo tiene mi primo Paco. En aquellas fotos se aprecian muchas casas que comenzaban a hundirse tras llevar años deshabitadas, calles de tierra, falta de agua corriente en el verano y es que, por entonces, el desarrollo aún no había llegado a las provincias rurales pero ello no impedía que, aquí, volviésemos año tras año. Mis primeros recuerdos, qué maravilla, que son de aquí, son justamente en aquella casa que por entonces utilizaba para guardar el grano, al lado del corral de las ovejas.
El mundo rural recorre la columna vertebral del pregón y viste de recuerdos las vivencias de una niña en un pueblo como Navalón: dormir en una cama alta, de metal, en colchón de lana, la cámara (la troje) llena de cebada al lado, los miedos de su madre de que saliese algún ratón o culebra, el asunto del orinal, noches saltando con los vecinos a la comba, el “potipoti” que era un mejunje que hacían con arena, la imitación del canto de gallos y gallinas y, cómo no, el momento en el que regresaban las ovejas dejando las calles llenas de cagarrutas que se pegaban a las zapatillas sin olvidarse de los renacuajos, las meriendas, las bicis, las cabañas secretas y travesuras como encender una vela en medio de la carretera y esconderse cuando venía alguien. Cuando volví a Barcelona era pasarme un mes entero hecha polvo, llena de tristeza, soñando literalmente que aún estaba aquí y, el único consuelo, es que te llega una carta de las antiguas, nada de mails ni de whatsapps, de algún buen amigo. Aquí se forjaron amistades fuertes y, después, han llegado otras que con los años se han vuelto aún más fuertes y, eso, simplemente, es lo que a mí me encanta de este lugar: su gente y, aquí me quiero detener para dar las gracias a todos los que, aún no teniendo nada que ver con Navalón, os habéis integrado a través de nosotros y, año tras año, nos acompañáis como uno más de aquí sobre todo a mi marido al quiero dar las gracias porque, en el momento en que tuve a mis hijas, no dudé ni un segundo en que tenían que vivir lo mismo que había vivido yo: recuerdos imborrables. Una compañera de trabajo, cada vez que llegan estas fechas, siempre me repite la misma frase: que suerte, tú, que tienes pueblo y qué razón que tiene. A mí y a todos nos sirve para desconectar del estrés de la ciudad del trabajo y me llena de energía para todo el año que buena falta nos hace y ni cuando tardamos 10 horas en llegar, o en muchas menos, nunca nos han pesado. Las ganas de pueblo estaban por encima de todo hoy en día todo ha cambiado, la situación laboral, todo ello hace que no tengamos demasiados días de vacaciones o que, si los tenemos, marchemos a la playa, al extranjero, también el hecho de que cada año vaya faltando alguno de nuestros mayores hace que, cada vez, se pasen menos días en el pueblo concentrados en estas festividades pero, menos días. Al fin y al cabo, esa es una de las razones principales por las que se retoma la Asociación Cultural La Muela. Para intentar atraer a todos al pueblo durante más días, para poder seguir haciendo unión entre nosotros y no dejar que se pierdan nuestras raíces. Mi agradecimiento sincero por dejarme formar parte de la Junta y mi compromiso enérgico para seguir fomentando actividades que nos traigan cada vez más días a nuestro pequeño gran Navalón. Solo tengo una petición para cada uno de vosotros: que sigáis viniendo, que arrastréis con vosotros a todos los que podáis como yo hago para que, el pueblo, pueda seguir estando vivo. Lo necesitamos porque sabéis que, sin vosotros, el pueblo se muere.
Ana Torrecilla Infante tocaba de lleno la llaga de la España rural abandonada a su suerte en donde, sobrevivir, es un milagro porque los sueldos son loterías sin décimos y las sombras de los supervivientes se alargan como chopos porque, por dentro, están rotas de tanto doblarse.
El final, como todos los pregones, fueron tres vivas. Uno al Santísimo Cristo de la Fe, otro a la Virgen de Tejeda y, el último, a Navalón: una pedanía de Fuentenava de Jábaga ubicada en un balcón, en una terraza a 1048 metros de altitud desde donde se divisa a una Cuenca, también fugitiva como escribió Federico (Muelas).
José Luis Muñoz Martínez
Audio. Final del pregón