Documental. Maderada por el río Cuervo
Maderadas. Desde tiempos inmemoriales, las maderas de nuestros montes eran valoradas, cotizadas más allá de lo que permitiera la razón para construcciones navales, obras, edificaciones, mobiliario etc, convirtiendo a nuestro pino laricio, el negral, en auténtica joya por la calidad y dureza de su madera.
La sociedad, las fábricas, las compañías solicitaban madera así que, los contratistas, en nombre de sus empresas, visitaban montes y, una vez cerrados los tratos, pasaban a la fase de la corta de pinos. Una operación que, generalmente, se producía a partir del otoño aprovechando la parada de la savia aunque, no es menos cierto que debido a peticiones de envases para frutas, los árboles de cortaran en primavera o verano cuando su madera era más fácil de trabajar.
Era una tarea, la de cortar pinos, que se encomendaba a cuadrillas especializadas aunque, en nuestros pueblos de la sierra, los hombres tenían fama de buenos leñadores y hacheros. Es más, se ufanaban de ser los mejores y los más rentables.
Trabajaban a destajo por lo que, los contratistas, nunca se acercaban al “tajo”. Un plan de trabajo que, por hacerlo de forma rápida, ocasionaba algún que otro daño en la caída de los árboles. Poca cosa.
Eran cuadrillas de 4 o 5 hacheros y un cocinero aunque, este último, era prescindible cuando la gente de los pueblos les llevaba la comida.
Una vez terminada la corta, los mismos hacheros desenramaban y desmochaban la copa del árbol utilizando este material como leña, evitando la propagación de incendios al tiempo que se eliminaban insectos y hongos. Luego era el descortezado para facilitar el aserrado, para controlar insectos que pudieran anidar, acelerar el secado…
Lo hacían con varios tipos de hachas: Para cortar y pelar, las más apropiadas eran las catalanas Pallares-Solsona, las vascas de Urbieta, las que fabricaban en la zona de Teruel y, de la provincia de Cuenca, entre otras, las de Arguisuelas y la de Campillo de Altobuey
Tras la corta, el desrame y la pela, quedaba el transporte que se hacía con carros si los caminos eran buenos o arrastrando la madera con caballerías hasta un punto del río…antes de que hiciese su aparición el camión.
El lugar elegido para el transporte de la madera es el río Cuervo, a la altura de Puente de Vadillos, desde el batán hasta la playeta. Un tramo del río prácticamente recto y con poca agua que servirá para escenificar, mejor aún, la difícil tarea de los gancheros que han sido presentados por Cipriano Valiente, responsable del Museo Regional de los Gancheros y la Madera de Cañizares. Una cuadrilla a la que se han sumado gancheros procedentes de Poveda de la Sierra, de la zona del Cabriel, del propio Vadillos o Cañizares y en la que, incluso, hay un argentino con pantalón abombachado, pampero, y faja criolla. Un jangadero.
Las maderadas permanecían encambradas, en el agua, para que se purgaran y flotaran mejor cuando se iniciara el viaje en primavera o, en diciembre, como ocurría en el Turia porque, la madera, tenía que entrar antes de primeros de Abril para no obstaculizar el regadío
A la cabeza de la maderada había un jefe, el maestro de río. Cada maderada se dividía en tres partes: delantera (que se dedicaba a construir encauzamientos, lechos de tablada y asnados), de centro (formado por el grueso de la maderada) y de zaga que se encargaba de deshacer las obras realizadas con anterioridad. Era lo más difícil.
Según se puede leer en el libro “El Transporte fluvial de madera en España”, de Juan Piqueras y Carmen Sanchís, los salarios variaban mucho en función del orden jerárquico. El maestro de rio, a mediados del siglo 19, cobraba 20 reales diarios, un mayoral 10, un cabo 3,5, un ganchero 3 y un cocinero un real y medio. Pero, en 1928, el maestro de río cobraba 15 pesetas, el mayoral 5, el ganchero 2 y el niño que hacía de rancherillo 10 perras chicas. A cada ganchero se le daban 3 libras de pan, 2 o 3 cuartillos de vino y una libra de aceite.
Las conducciones por el río Tajo procedían de Peralejos, Poveda, Peñalen, Taravilla, Villanueva de Alcorón, Zaorejas, Armallones, Ocentejo … Aprovechaban las aguas del Cabrillas para bajar la madera de Orea, Checa, Pinilla…
Las que bajaban por el rio Cuervo, eran embarcadas en Sta Maria del Val y, los del Guadiela, en Vadillos.
Por el Escabas flotaba la madera procedente de los montes de Las Majadas y Tragacete que, embarcada en Los Barrales (Poyatos), y en el Hosquillo y conducida por Cañamares y Priego, llegaba por el Guadiela al Tajo en la zona de Bolarque.
El Jucar comenzaba a ser navegable en Huélamo aprovechando las aguas del Almagrero aunque se buscó lugares mejores como Uña, a pesar del Pozo del Sombrero en el que, año tras años, se perdían cientos de pinos
Luego, el paso del Tranco y Cuenca. Un gran centro de redistribución de madera para toda la mancha. Así, la madera que no quedaba en Cuenca, seguía viaje hasta Alcira en un viaje que duraba hasta 7 meses. Por eso era más rentable bajar la madera por el Cabriel, por ser más corto, siendo el origen de las maderas Cañete, la Cierva, Boniches, Pajarón…
El Turia transportaba maderas de El Cubillo, Fuentelespino, Algarra, Henarejos o Talayuelas siendo Santa Cruz de Moya el lugar de embarque. Las maderas tardaban en llegar a valencia 3 o 4 meses
La vía férrea Valencia-Utiel quitó trafico al río Turia y, luego, con la apertura de la línea Valencia-Liria, la madera ya no llegaba a la capital siendo las últimas maderadas las de comienzos del siglo XX.
La revolución del transporte durante el siglo XIX, incidió en el retroceso del consumo de la madera. La construcción naval sustituyó la madera por el acero, llegaron a España maderas de Flandes, Alemania, América, África que rivalizaban con las nuestras, el ferrocarril fue un mercado fiel, aunque, por otro lado, fue igualmente competidor en el transporte fluvial relegándolo a los cursos altos de los ríos y, la difusión del camión y la construcción de embalses dieron el punto final desde comienzos del siglo XX hasta los años 50.
Lo apunta acertadamente Jose Luis Sampedro en su novela cuando, Alfredo Landa, en su papel de, “el americano”, define una época que se fue: “ahí lo tienes. El río que nos lleva. Pronto los troncos se trasladarán en camiones y, nosotros, también nos perderemos”.
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