
El 10 de junio del año 2019, el nombre de la villa de Gascueña aparecía de forma destacada en la prensa nacional con titulares como este: “Alquileres a 100 euros en un pueblo de Cuenca para frenar la despoblación”. Desde entonces, Gascueña, no es que esté en boca de todos si no que, gota a gota, en el brocal del corre ve y dile, va dejando su huella en este mundo rural que un día vaciaron con aquéllos Planes que algunos economistas llamaron “coste del desarrollo” aunque, como escribió Gloria Sanz, del Departamento de Economía de la Universidad Pública de Navarra en su trabajo “Mercados de trabajo y emigración en los Planes de Desarrollo”, en el año 1963 la emigración aparecía ya como un proceso que se había desarrollado de forma previa a la planificación económica, siendo la década de los cincuenta la que terminó con “casi dos millones de emigrantes en término netos o, lo que es lo mismo, siete de cada cien españoles abandonaron su lugar de origen para desplazarse a otra zona, bien en el territorio nacional, bien en el exterior”. El primer Plan de Desarrollo, con la creación de un millón de puestos de trabajo, unido al cataclismo de activos en la agricultura, a las malas comunicaciones y, entre otros muchísimos factores al cierre de las escuelas, supuso el cerrojazo por derribo de la mayoría de nuestros pueblos dejando, para consumo de la ruina, escuelas, ayuntamientos, casa del médico, del secretario, alguna iglesia e, incluso, cuarteles de la Guardia Civil que, en este caso, en Gascueña, como sabemos, se convirtió en viviendas que se alquilaron a 100€, lo que ha permitiendo a Gascueña aumentar poco a poco su población, 170 habitantes en la actualidad de los que, el 20%, son niños.
Citamos, de pasada, las malas comunicaciones de aquellos años del hambre y del subdesarrollo en los que, nuestras gentes, se desplazaban a lomos de caballerías o andando por caminos de herradura o carreteras sin asfaltar, alargando distancias que, hoy, nos parecen ridículas. Rutas que, ahora mismo, con la dinámica de las telecomunicaciones de la información, resultan indispensables para el desarrollo de nuestros pueblos porque, la “red”, se ha convertido en la columna vertebral de internet o, lo que es lo mismo, en materia esencial de la vida digital actual. Un potencial enorme para conectar a la gente, para comunicarse y fomentar el progreso humano y más cuando, en época de crisis, el teletrabajo se convierte en uno de los formatos de empleo. Es imprescindible, hoy, esa nueva comunicación para que el mundo rural no vuelva a quedarse aislado y navegue por caminos en los que, los beneficios fiscales, son ya una realidad.
Historia

Gascueña se fundó gracias a unos soldados procedentes de la Gascuña francesa, soldados que, al parecer, formaban parte del ejército de Fernando III que, al regresar de Murcia, tras su conquista a manos de su hijo Alfonso, decidieron quedarse en este lugar seducidos por la situación agradable de la vega, rica en vino y aceite, tierra buena para fabricar ladrillo, tejas y yesos empleados en la construcción da casas y, de ahí, la flor de lis de su escudo y el patronazgo de San Ginés de Arlés. Un lugar al que, Fernando III, constituye en Villa concediendo privilegios no solo para sus moradores sino, también, a cuantos vinieran a poblarla siendo esta la razón de que, algunos villorrios como Medinilla, Plieguezuelo, Los Villares, S. Pedro, El Campillo, o Montuenga se unieran a ella.
Los obispos la dotaron de Iglesia Parroquial llamándola Nuestra Señora de la Natividad al tiempo que se fueron formando ermitas como S. Ginés, S. Miguel, S. Cayetano, Santa Quiteria, Santa Catalina, Virgen del Rosal, S. José, S. Isidro y la de la Virgen de la O.
El 10 de Febrero de 1305, estando la infanta doña Berenguela en Guadalajara ,celebró con D. Pascual, obispo de Cuenca, un cambio por el que se cedía al prelado la Villa de Gascueña por el castillo de las Peñas de Viana cuya donación hizo el rey, D. Alfonso IX, a D. Juán Yañez obispo de ésta diócesis y, desde ésta fecha, Gascueña quedó incorporada a la diócesis de Cuenca aunque, la población, pasara por malos momentos cuando, en 1351, se anulan las Villas quedando Gascueña al amparo de la de Huete hasta que, Felipe II, en 1594, le devuelve la independencia gracias a su riqueza en aceite y vino.
El siglo XVII será fundamental para Gascueña porque, en él, se reconstruye la iglesia y se hacen realidad sus retablos y pinturas hasta la llegada de Fray Julián de Gascueña nacido en este pueblo en 1717. Tomó el hábito franciscano en el convento que su orden tenía en Priego y, más tarde, fue profesor en los conventos de Cuenca, Priego y Auñón. Procurador de la orden en Roma, fue promovido a la sede episcopal de Jaca en 1780 de donde fue trasladado a la de Ávila cuatro años más tarde. Ordenó a todo el clero de la diócesis que, en las conferencias semanales que se celebraban con carácter obligatorio, se leyera una de las primeras obras de Joaquín Lorenzo Villanueva, concretamente la titulada “De la obligación de celebrar el santo sacrifico de la misa con circunspección y pausa, que el futuro diputado le había dedicado a él y a otros prelados. Falleció en 1796.

A mediados del siglo XIX, Madoz apunta, como enfermedades frecuentes, los dolores reumáticos. Hay 350 casas, cárcel pública, una hospedería, escuela de niños a la que concurren 60 y otra de niñas a la que asisten 20.
Hay tres fuentes, una iglesia parroquial (de la Natividad de Nuestra Señora) servida por un cura, dos tenientes, un sacristán y un ayudante. Hay tres ermitas en dirección norte y oeste: San Ginés, el Rosal y San Miguel. El terreno, describe Madoz, es arcilloso y yesar y los caminos son de herradura y en mal estado. Además, existen dos molinos harineros, uno de aceite y dos tintoreros, una tienda de abacería, ganado lanar y caza.
La Plaza, la Iglesia y Fausto Culebras
Llama la atención el colorido del Ayuntamiento nada más iniciarse la calle San José que arranca desde la misma Plaza Mayor en la que destaca la fuente, con pilón octogonal, de 1775, y esa especie de pasadizo existente en la calle Constitución, con arco de medio punto y balconada de madera, que alberga la ermita de la Virgen de la O que destila sabor medieval.

La iglesia, bajo la advocación de la Natividad, es del siglo XVII, tiene tres naves y un pórtico empotrado en un arco, con hornacina, en el que destaca una imagen de la Virgen tallada en piedra, ejecutada por el maestre de obras Franciscoco Ruiz. Consta de 2 cuerpos de los que, el inferior, da cabida a la puerta quedado en el superior la citada talla de la natividad finalizada en el año 1719.
Entrando, a la izquierda, Impresiona la sillería coral con 27 sitiales de madera quedando, en el centro, la del obispo Fray Julián y, arriba, en una primera planta, el órgano con trompetería que, en su tiempo, finales del XVII, sería de los mejores de toda la provincia de Cuenca. A su lado, en una pequeña capilla, se puede contemplar la pila de agua bendita, de jaspe rojo, de aspecto románico cuyo vaso lleva una decoración de bocel sogueado en su boca. Bajo el bocel sogueado se desarrolla una cenefa con moldura en forma de dientes de sierra, y desde ella parten hacia la parte inferior del vaso una decoración gallonada enmarcada entre arcos de medio punto doblados que se apoyan en columnas que se recogen en su base muy similares a la pila bautismal de Huelves.
Además, en su interior, hay retablos de interés, barrocos y neoclásicos como el de la capilla mayor, del siglo XVII, con pinturas de Francisco Ricci que también trabajó en la iglesia de San Francisco el Grande de Madrid y fue maestro de Claudio Coello.
Cerca del retablo, en la lado de las lecturas, se encuentra un lienzo, el Bautismo de Jesús, atribuido a Veronés, fechado en el año 1587, recientemente restaurado por la Diputación Provincial de Cuenca.
Entrando, en la nave lateral derecha, destaca igualmente el retablo barroco de las Ánimas que representa, durante las fiesta de carnaval, la “entrega de las armas” y, como pórtico al coro, las imágenes de una Dolorosa y el Nazareno, obras de Fausto Culebras, nacido en Gascueña en el año 1900, el tercer hijo de una familia más que numerosa con siete chicos y una chica. Con 14 años se marcha a Madrid y dos años después regresa a Gascueña como cortador del oficio de sastre pero, como le gustaba pintar, le consiguen una beca de la Diputación.

Su vida, como en alguna ocasión afirmó, tuvo un halo de mala suerte. “En mi caso nunca me faltó una fuerza espiritual para seguir adelante, pero sintiendo siempre una verdadera amargura al ver pasar el tiempo inútilmente, sin producir lo que hubiera podido, con ayuda material” le respondió en una ocasión a José Luis Coll. Sobre todo con la Semana Santa de Cuenca y, en concreto, con la Santa Cena en la que trabajó desde 1955 a 1959 que, después de ser encargada y tener más que un boceto del grupo escultórico, finalizado, la llevó a cabo Marco Pérez: “… pero hay otros, que son los que hacen los encargos, que me han tenido en el olvido, o mejor dicho, en el desprecio”, le dijo a Coll con motivo de que no tuviera obra en la Semana Santa conquense.
Hubo un encargo importante, sí: el monumento a Hurtado de Mendoza, en Cuenca del Ecuador, para sellar el hermanamiento de las Cuencas por un coste de 525.000 pesetas que pagaron a medias. Fausto se encargó de la estatua, fundida en bronce, y Martínez Bueno de los relieves que recubrían el pedestal, relieves que, por cierto, al cambiar se sitio el monumento, fueron colocados erróneamente.
Una vez en Cuenca del Ecuador – agosto de 1958 a marzo de 1959-, trabajando en el grupo escultórico, Fausto sufrió una caída con la mala fortuna de romperse el fémur. Fractura que desencadenó en una serie de problemas cardio vasculares falleciendo el 26 de marzo de 1959, 14 días después de la caída.