Las democracias sudamericanas desde la última oleada en los años 80, fueron definidas como democracias en consolidación. Lo cierto es que 40 años después aun siguen frágiles, las crisis políticas y económicas que constantemente azotan la región han ido poco a poco degastando la legitimidad social en las instituciones tradicionales.
El caso Chileno refleja el fracaso absoluto de los mecanismos prestablecidos para canalizar institucionalmente la participación y el reclamo ciudadano. Si Chile cambia no es gracias a su sistema político, es debido a la histórica protesta popular que comenzó a mediados de 2019.
Es decir, no fueron el sufragio ni los partidos políticos, fueron las movilizaciones que resistieron incluso una brutal represión por parte del sistema político tradicional. Fueron los miles de jóvenes y estudiantes que salieron a la calle y ocuparon cada plaza de Santiago, dejando hasta sus ojos para que los demás vean.
Fueron ellos -golpeados, mutilados, perseguidos y arrestados– quienes lograron ponerle fin a una Constitución política redactada en la oscuridad de la dictadura pinochetista.
Fueron los jóvenes, para quienes la clásica democracia representativa no resuelve sus problemas, no les asegura una igualdad real de oportunidades -y en caso de que sean un riesgo para el sistema, los criminaliza el poder punitivo- esa democracia que no los entiende ni contiene tampoco es capaz de resolver el gravísimo problema ambiental: una verdadera prioridad para esta generación.
Desde su experiencia el sistema actual no ha hecho más que exprimirlos y convertir sus vidas en puras dificultades. Al punto que parte de la población joven mundial, incluida la del desarrollado norte global, no consigue garantizar aspectos elementales de un futuro en el que estudiar ya no implica necesariamente conseguir trabajo y un trabajo tampoco les garantiza una vida digna.
En consecuencia, su confianza en el sistema político se deteriora día tras día, pues ante su mirada la primitiva democracia liberal –basada en la representación tradicional a cargo de partidos– ha consistido básicamente en un desfile de políticos incapaces de evitar el constante deterioro económico de sus vidas y de sus familias, lo cual se expresa en un duro descreimiento hacia los tradicionales mecanismos de intermediación política.
Por esta razón las viejas formas de representación son entendidas por ellos como parte del problema y los clásicos partidos políticos son percibidos como oxidadas burocracias o como emprendimientos privados cuasiempresariales que asumen determinados sectores o individuos con el poder económico y mediático suficiente.
Por todo ello, los centennialls son la primera generación que ha experimentado siempre a la típica democracia de partidos como una mera contienda electoral por el poder público en paralelo a un progresivo deterioro de su calidad de vida.
En ese contexto, la democracia representativa ante la mirada centennial ha quedado expuesta desde su fracaso; es decir, como un sistema basado en rudimentarios mecanismos y prácticas políticas útiles solo para ordenar el tablero burocrático e institucional, pero impotentes al momento de resolver sus verdaderos problemas.
En definitiva, no es extraño que el actual formato representativo diseñado hace casi dos siglos no cuente con la suficiente confianza joven, y por ello las protestas se repiten cada vez más, incluso en el norte global.
Por último, todo esto les ha generado altos niveles de frustración inoculando en dicha generación un fuerte pesimismo que va más allá de las formas de gobernanza, pues se está generado un pesimismo de tipo antropológico y una fuerte desconfianza en el hombre, lo cual simplemente adelanta lo inevitable: modelos de gobernanza basados en inteligencia artificial y algorítmica en donde la intervención humana será excepcional. La clásica ingeniería política, institucional y burocrática será una vieja postal del pasado.
Gradual e imperceptiblemente iremos dejando de contar con las estructuras para poder decidir colectivamente del modo tradicional, lo cual terminará con el remplazo de las clásicas instituciones políticas por redes informáticas basadas en algoritmos e inteligencia artificial desde las cuales se tomarán las decisiones de administración y gestión de gobierno.
Guido Risso. Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas y Especialista en Constitucionalismo Profesor adjunto regular constitucional, UBA y Titular derecho político USI Placido Marin.