
La memoria de Ángel Sequí García hizo carambolas increíbles el día en el que, además de conocerle, le entrevisté para iniciar un proyecto que aunque para mí lo sigue siendo, lo tengo medio aparcado por causas que no vienen a cuento. Fue una conversación en la que, ambos, caminábamos de la mano por un camino que, aunque lejano siempre, convergía en un cúmulo de cosas-sensaciones-palabras-y-vivencias que me permitían entrar en un mundo lleno de historias en blanco y negro y bucear en aguas que años atrás estaban revueltas.
Ángel Sequí García, que acaba de cumplir cien años, nace en Cañete, en la provincia de Cuenca, el 27 de Enero del año 1917. Él no lo recordaba pero le dije que pertenecía a la generación, entre otros, de los actores Fernando Rey, Manolo Gómez Bur, Ernest Borgnine, Zsa Zsa Gabor, de la bailarina y coreógrafa Mariemma, de José Luis Sampedro, de Ella Fitzgerald, de Kennedy…mala época, le digo, para salir a la luz en un mundo revuelto: esas cosas, ya sabes que no se deciden. No estaban bien las cosas, no, pero yo no recuerdo que fueran mal, dice. Nací en Cañete. En la casa del Marqués. En El Palacio que así se llama y que está al lado de la iglesia parroquial. Una casa que ahora es de mi hermana, me dice Ángel. Mi padre era empleado del marqués de Cañete y trabajaba en la central eléctrica. Mi padre se llamaba Fermín Sequí García y era el encargado de la eléctrica. El lucero, vamos, y claro, tenía que ir con la escalera parriba y pabajo arreglando las luces que no funcionaban en las calles y siempre pendiente de esas cosas. Por eso era tan conocido y la gente se llevaba muy bien con él.

Ángel, al ser el mayor de los hermanos, no era el más mimado de la familia: normal. No me mimaban. Era el hijo mayor y, sí, alguna vez me daban algún azote en el culo, sí, pero pocas veces. Estábamos siempre por ahí, jugando, y no nos pasaba nada.
Su vida se desarrollaba en su pueblo, Cañete, que en esa época casi alcanza los dos mil habitantes. Tenía muchos amigos porque con el maestro existía una relación especial. Fui el primero de la escuela algunos años y, bueno, pues ya sabes. Lo normal. Era una escuela indivisa y allí estábamos todos. Yo era el primero, ¿sabe usté?. Destacaba.
En los pueblos, y en esos años, los juegos eran auténticos ejercicios de imaginación por lo que, la norma general, era que los niños se reunieran para dar rienda suelta a sus deseos: jugaba a la pelota, dice Ángel. Es que todo aquello era vivir con los padres porque no teníamos juguetes. Algún cochecillo de hojalata y cosas de madera o de cartón. Balones no había. Jugábamos a la pelota a mano en la fachada de la iglesia con pelotas que no sé de donde las sacábamos. Bueno, las hacíamos nosotros o los mayores forrándolas con lana, gomas y piel de cordero o cabra. También jugábamos al escondecorreas, a coger nidos, a pescar cangrejos con la mano, a bañarnos en el río Mayor, en El Campillo, debajo del cementerio, en el pozo del tío Padre. Aquí en Cuenca nos íbamos a la piedra del caballo porque lo de la playa todavía no era tal cosa.

La cocina de la madre era el horno en el que se cocían los desasosiegos de la época. Mi madre, Sabina, cocinaba muy bien. Yo creo que todas las madres cocinaban muy bien con lo poco que se tenía. Nunca he pasado hambre, dice Ángel, eso no. Me gustaba el potaje que hacía mi madre. Es que, sin excedernos en nada vivíamos bien. Teníamos cerdo, gallinas y conejos y con eso tirábamos. Y el día el matagorrino mi madre hacia gazpachos, forro y por la noche las judías.
Ángel habla del Cañete en el que, además de cuartel de la Guardia Civil, había cuatro curas por ser arciprestazgo: don Segundo, don Cástor y dos más de los que no recuerda sus nombres. Allí hizo la primera comunión y, allí, comenzó a trabajar con su padre que se empleó solo porque era muy listo y apañao. Se dio cuenta de que si yo ayudaba en algo, pues tomaba cierta categoría que me serviría de algo más adelante como así fue.
Las fiestas cogían por la cintura a bandurrias y guitarras y eso era todo. Bailes y alguna ronda. Se reunían en los soportales de la plaza y, desde allí, hacían los pasacalles.
La Guerra
A pesar de que el pueblo siempre ha sido de derechas, la guerra me pilló en el Cañete de la zona roja. Mi padre, como te digo, era empleado de la eléctrica y yo le ayudaba. Quiero decirte que éramos muy conocidos y apreciados y, sí, me pilla en Cañete. Siempre he tenido la suerte de ser especial y de la guerra casi ni me enteré. Éramos muy apreciados, ya le digo, y nos llevábamos bien con todos. Había cumplido diecinueve años y allí estábamos, en una guarnición republicana de retaguardia dependiente del frente de Teruel. Había trincheras, nidos de ametralladoras pero nunca escuché un tiro, dice Ángel.
La verdad es que la aviación franquista convirtió a Cañete en uno de sus objetivos, sobre todo la carretera aunque los daños colaterales llegaran hasta el mismo río, a unos metros del pueblo, en donde lavaban algunas mujeres y, entre ellas, una niña de doce años que murió en el bombardeo. Por eso no es de extrañar que de vez en cuando aparezcan obuses en la zona como ocurrió el pasado día 15 de Junio y, junto a ellos, leyendas e historias de maquis: Ay, los maquis. Recuerdo algo de mayor. No llegué a verlos pero sabía que había alguno que pasaba por la noche a pesar de tener cuartel de la Guardia Civil. Donde había era por Talayuelas, Salvacañete…Ángel hace una pausa y de repente se acuerda de algo que le contaron en su día: en rentos se refugiaban los maquis y, ¿sabe usté lo que pasó un día?, pues que llegó la Guardia Civil y no se enteró de que, arriba, en el pajar, estaban cuatro o cinco maquis escondidos. De esa se libraron.
La División Azul
Ángel deja Cañete en el año 1939 y con apenas veinticuatro años se alista en la División Azul en donde, además de garantizarles un buen sueldo, se les ofrecían ventajas para las familias. No va solo porque, junto a él, se alistan entre otros Constancio Auñón, José Ruescas y Eladio de la Iglesia del que se cuenta que, al darse por muerto o desaparecido, le hicieron funerales apareciendo muchos años después. Sí. Eso fue después de dejar Cañete. En 1941 me fui a la División Azul y allí estuve un año. Estuve en Rusia, en Novgorod. Me fui porque me parecía que tenía que hacer algo por el bien de España y na más, me comenta Ángel. Me apunté en Cuenca y luego me fui a Madrid y ya, desde allí, al frente.
El reclutamiento de voluntarios para la División Azul fue rápido y masivo. Marcharon primero a Alemania y después a Rusia en un viaje tremendo porque tuvieron que caminar los últimos 900 kilómetros en jornadas de siete horas. Aunque estábamos mal vistos por los soldados alemanes por nuestra forma de ser, yo era un soldado más que luchaba contra las izquierdas. Teníamos el armamento, el fusil, y entramos en combate. Un día, las balas hacían yiiiii. Silbaban por encima de las cabezas pero ya sabíamos que teníamos que tirarnos al suelo.
Todo fue bien hasta que la ofensiva rusa les obligó a una dura lucha en el gélido invierno del año 1941 y, de ahí, el regreso: sí, por fin, el regreso a casa aunque otros tardaran unos años más en llegar. He tenido mucha suerte en mi vida. Las balas silbando, todos al suelo. Menudo año y menudo invierno. Teníamos unas trincheras hondas y allí nos metíamos muertos de frío y de hambre. Era la guerra guerra y sí, vi morir a mucha gente.

El Regreso
Una vez en España, a caballo entre Cañete y Cuenca, Ángel se alista en el ejército con destino a Murcia en donde conoce a Lola, la que será su mujer tras la boda que tiene lugar en el año 1945: mi mujer se llamaba Dolores Pomares Martínez. La conozco allí, en Murcia, y me caso con ella en la iglesia de San Lorenzo.
Después de la etapa murciana, Ángel vuelve a Cañete y otra vez a Cuenca para trabajar en Telégrafos y en Correos. Ya tenía yo tres hijos de los seis que tuvimos y aquí pasábamos los días. No he sido muy amigo de cines y cosas de esas. Me ha gustado llevar siempre una vida muy recogida y, de poder hacerlo, pues con el ánimo de ayudar a quien lo necesitara.
No lo he dicho pero, cuando llegué a casa de Ángel Sequí, se abrigaba con un albornoz que luego se quitó para estar más cómodo. Me enseñó un libro que le han hecho sus hijos con motivo del centenario del que pude extraer estos datos: seis hijos, catorce nietos y veinte bisnietos. Tampoco lo he dicho pero, a la hora de recordar las cuerdas, abrió la caja de música y cantó la primera estrofa del mayo de su pueblo:
“Estamos a 30 del Abril cumplido, alegramos damas que Mayo ha venido…”
Y por decir algo más, dama sí que tiene. Se llama Rosario Jiménez Chafé, Charo. Una mujer agradable, sonriente de la que Ángel se enamoró tras quedarse viudo y a la que, cosas de la vida, conoció porque iba con su hermana a la iglesia de El Salvador y eran medio vecinos. En fin que se casan en el año 1996 y, con ello, cae el telón porque como dice Ángel, todo es normal.
Meses más tarde, Ángel, se marchó por el corredor sin retorno dejándonos, eso sí, una memoria que, ahora, has podido leer sin acudir a libro alguno.
José Luis Muñoz Martínez
Audio de Ángel Sequí sobre la División Azul.
Audio sobre los matagorrinos
Audio sobre las músicas. El Mayo