Las pulseras de control para la violencia de género no son solo un asunto técnico ni estadístico; detrás de cada dispositivo late el miedo y la esperanza de cientos de mujeres y familias que esperan que la tecnología sea un escudo fiable ante el dolor y la agresión. El debate político, sin embargo, suele olvidar la emoción, el desgaste diario y la lucha silenciosa de quienes viven bajo la amenaza.
En las últimas semanas, el enfrentamiento entre PSOE y PP por los recientes fallos
del sistema de pulseras ha sido más crudo que nunca. El PSOE insiste en que el sistema “funciona”, que ningún asesinato se ha producido con una pulsera instalada; y es cierto, no ha habido victimas por este motivo. Reconoce defectos, pero rechaza el alarmismo y pide altura política para avanzar en las soluciones. El PP, por su parte, demanda explicaciones, exige destituciones, denuncia riesgos y reclama una auditoría independiente, acusando al Gobierno de frivolidad y falta de transparencia.
Ni todo es blanco, ni todo es negro. Las soluciones a los retos complejos suelen tener otros matices que se visten de diferentes escalas de color. Pero, ¿quién escucha realmente el temblor invisible de quienes viven vigilando la distancia entre su acosador y la señal de una pulsera? El debate se aleja de las experiencias, del dolor compartido, de la esperanza puesta en cada avance por pequeño que sea. La seguridad de las víctimas no puede depender del calendario electoral ni de una pugna de eslóganes; requiere humildad política y compromiso con la mejora continua, el rigor técnico y la transparencia. Cada error del sistema es un recordatorio de que lo importante no es quién acierta más en las estadísticas, o quién pugna por hacerlo mejor sino cómo se reconstruye confianza y protección ante cada fallo.
Abordar esta realidad exige no sólo un Pacto Nacional contra la Violencia de Género que es conveniente recordar que ya existe y debería servir para algo en estas situaciones, sino un pacto emocional y político en el que situar a las víctimas, sus familias y sus historias en el centro. Impulsar auditorías, invertir en tecnología, escuchar a los expertos, y, sobre todo, dar respuestas humanas y no solo consignas partidistas. No se trata solo de pulseras, sino de vidas que merecen un futuro sin miedo. Porque la consecución política de los grandes retos de la sociedad nace en la empatía y en el coraje de llegar a acuerdos pensando en el bienestar y la dignidad de quienes esperan. Mucho más allá de banderas, el Estado debe facilitar medidas para una sociedad contra la violencia y dejar a un lado la polarización en temas que tienen como coste la vida de las personas.
Opinión de Yolanda Martínez Urbina