El pasado sábado me acercaba a los cines Odeón de Cuenca situados en el Centro Comercial “El Mirador” al estreno de la película de Iciar Bollaín, Soy Nevenka, que reproduce los hechos padecidos en 2000 por Nevenka Fernández, concejala de Hacienda del Ayuntamiento de Ponferrada. Tras vivir una complicada situación que involucraba su vida personal, familiar y política, tomó la decisión de denunciar por acoso sexual al que fuera alcalde de la localidad, Ismael Alvarez. La sentencia del juicio condenaba por primera vez en España a un cargo público y, aun así, ella se vio obligada a exiliarse del país ante el acoso e incomprensión que sufrió por parte de sus vecinos.
La historia de Nevenka Fernández también representa un hito en la lucha contra la violencia política por razón de género en España, ya que evidencia la vulnerabilidad de las mujeres en los entornos de poder y las dificultades a las que se enfrentan al denunciar abusos. Su valentía al revelar la situación que padecía puso en el centro del debate un tema que ha tenido escaso desarrollo legislativo hasta la fecha y que a día de hoy sigue siendo tabú. Su mensaje final: “que no se callen, que lo cuenten” se percibe como una llamada a tantas otras mujeres de entornos políticos como ella que han sufrido un cruento castigo profesional, personal y familiar propiciado por la compleja red de tentáculos del poder sobre la que se apoya la cultura de impunidad con la que es protegida el agresor.
El poder puede ser utilizado como herramienta de control y abuso creando en la víctima un ambiente de miedo y sumisión que supone un encarcelamiento psicológico de terribles secuelas. También moviendo los hilos necesarios para que la víctima, aun siendo apoyada por una sentencia de la justicia, se vea obligada a salir del lugar donde había planteado su plan de vida. La violencia política por razón de género se manifiesta cuando se utiliza ese poder contra las mujeres, ya sea de un modo físico, psicológico o sexual y es más compleja en el medio rural. El modus operandi que se puede observar en el film permite reflexionar sobre una secuencia de hechos que pueden extrapolarse a otras situaciones para contribuir a detectar estos casos, que muchas veces son indemostrables, porque detrás de ellos está oculta la mano visible del agresor y protegida por otros brazos ejecutores de su red de apoyo. También observo la película de Iciar Bollaín como la oportunidad de sensibilizar a la sociedad y a las organizaciones políticas sobre la necesidad de implantación de procedimientos de detección de violencia de género en su ámbito.
La toma de conciencia de la responsabilidad social, del exilio sufrido por Nevenka para salir adelante tras la sentencia, es necesario extrapolarla al momento actual y asumirla de nuevo. También es necesario regular adecuadamente y educar en civismo en el contexto de las redes sociales, donde se viven situaciones de acoso contra mujeres políticas de un modo cada vez más frecuente y desproporcionado, con linchamientos de violencia en X. Es evidente también la necesidad de transformación de los partidos políticos, como esa parte de la sociedad que maneja el poder y tiene acceso al gobierno de la ciudadanía y que debe ser la primera en dar ejemplo con sus métodos y procedimientos para atajar estas situaciones.
Cuanto mayor es el poder, más peligroso es el abuso, según Edmun Burke. La historia de Nevenka pone en agenda que la lucha contra la violencia de género en el ámbito político es un proceso constante y un campo en el que incidir con varios principios de actuación que implican creer en la víctima, combatir la impunidad del agresor desde las organizaciones políticas, involucrar a la sociedad en el proceso, promover liderazgos de mujeres y educar en libertad, justicia social, igualdad y respeto y con más empeño en el medio rural. Yo soy Nevenka: creer, combatir, involucrar, promover y educar.
Opinión de Yolanda Martínez Urbina (AFAMMER)