No recuerdo exactamente en qué finalizó la primera parte. Tengo una manía irresoluble de no releer nunca lo que escribo.
Creo que describí someramente que el café ateniense resulta extremadamente horroroso – lo tomes dónde lo tomes – para alguién que tiene por buen cafetero; no vi cómo lo preparan, pero el sabor era con extensa participación de especias, principalmente canela. Claro que, debí imaginarlo, ya que si pides un ‘expreso’ y te preguntan si lo quiero largo, mediano o corto, ya da qué pensar.
El urbanismo me pareció casi peor que el de mi pueblo: Mezcla de estilos entre edificios colindantes.
No vaya a equivocarse el viajero, no es Viena, ni Budapest, ni siquiera París…no.

Estábamos alojados en una plaza cuyo centro era una iglesia ortodoxa que llaman Agios Pavlos, a la que pasé en plena misa de nueve, Hieromonjes a turnos. Me gustó, francamente. El interior también y además se me permitió fotografiar (en Sofia, Bulgaria, casi me dan una hostia sin confesión previa por solo intentarlo), me la endosé entera, la misa digo.
Como los “Invasores” en mi pueblo, los miércoles muy de mañana, ponen un mercadillo que venden de todo lo que podamos imaginar. Siempre me gustan los mercadillos y procuro visitarlos en cualquier ciudad que visito. Aunque el de Praga sigue siendo mi debilidad, éste tampoco estaba mal.
En realidad me gustó mucho, no tanto por lo vendible como por cómo organizaban los productos a vender: la fruta – por ejemplo – estaba perfectamente asentada y distribuida en sus cubículos, casi con la pulcritud de un encaje de bolillos, y no echados a la buena de dios como siempre. Nunca había visto tal cosa. Los atenienses tienen el cuero como producto nacional estrella, con que imaginen la cantidad de productos de cuero a la venta. A diferencia de las calles y los rincones, el mercadillo se veía limpio reluciente.
Algo que me sorprendió en una metrópolis cual Atenas fue los pocos policías que vi patrullar por los andurriales. Además , los pocos que vi iban en motos y de dos en dos en la misma moto, quiero pensar que es por el ahorro de un país pobre, si no, no lo entiendo. Tampoco oí las desagradables sirenas ambulancieras que suenan en todo lugar.
Atenas tiene muchos parques pero muy pequeños; eso es de agradecer.
Y, alrededor de cada parque, cantidad de tabernas con terraza para los guiris, digo yo.
La distancia desde cualquier sitio del centro ciudadano a la llamada Acrópolis suele ser menor de lo que uno piensa. Es muy llevadera andando.
Hay una especie de bulevar peatonal muy bien asfaltado desde el Barrio Plaka hasta la misma. El precio por ver los monumentos es muy asequible.
Nosotros empezamos por la “Biblioteca de Adriano”, que esta ruinosa, como es natural , y que no vi disposición alguna de mejorarla. Uno aprovechó la coyuntura cultural de su compaña para desayunar el ‘brownie de chocolate’ mas rico que he probado en mi vida: en el Café 33.
Un poco más al sur nos encontramos el “Agorá Romana”, que – además de tener todo en ruinas – hay una especie de templo octogonal que llaman “Torre de los vientos” lugar que dicen que está enterrado Sócrates y que yo no me creo ni de coña.
Subiendo, subiendo, alcanzas la puerta de entrada de la Acrópolis. Se llama los “Propileos” que no están mal. El Partean cuya parte frontal está en obras – como la mayoría de lugares a los que profeso verdadera devoción: Notre Dame, Pórtico de la Gloria, y para qué seguir. No me impactó, para que decir otra cosa. Si que lo hizo el “Erector” con sus “Cariátides” que me hicieron permanecer en el sitio más de dos horas con tal de memorizar todos los detalles de las mismas a ser posible.
Y pare usted de contar.
Ya escribí en alguna ocasión que uno es de piedras, pero de piedras construidas, no de ruinas. Y Atenas es pura ruina. Incluso la “Prisión de Sócrates” , en la colina de Filopapo dónde dice que se sopló la cicuta de un trago.
Había que ir y fui.
Lo bueno fue el pulular de gente en Plaka,Monasteraki, Psyri (Sintagma no la visitamos; ya había visto otros ‘cambios de guardia’ y no me llamaron mucho la atención) incluidos nosotros. Las tiendas de recuerdos que todo lugar tiene, también estaban bien (uno siempre compra tres cosas en cada capital que visita: unas gafas de sol; unos imanes para el frigo y unas tazas de café para mi colección).
¿Muy bueno en Atenas? Si. También lo hay.
La gente es extremadamente educada y servicial. El inglés es muy extendido y tremendamente aceptable. La comida, para un mindundi cual un servidor en tales,menester es sencillamente grandiosa. No olvidaré la “Musaka” que me zampé en uno de los restaurantes ricos de la ciudad que era pura delicia; después me sentó como un tiro, pero debía comentarlo.
¡Ah! Y un postre hecho de dulcísimos dulces que no recuerdo su nombre pero que aun no siendo típico de Atenas – creo que es típico de Estambul – estaba de toma pan y moja. Y eso que soy diabético.
Pero lo bueno, lo más bueno…lo mejor de Atenas para mi (respeto absoluto para quienes discrepen conmigo) fue pasear y valorar junto a mi casi sempiterna compaña de viaje: Mi hija Dolores a quien dedico Atenas entera y mis escritos.
He ahi
P.S.- Por mas que busqué el tonel (o tinaja) de mi admirado Diógenes, no encontré ni la sombra de donde se encontraba. ¡Será posible!
Firma invitada: Francisco R. Breijo-Márquez. Doctor en Medicina