(Nota previa a la lectura: Envío el presente escrito después de tres meses de haber sido escrita la primera linea. Voy a concederme la licencia de valorar lo que ocurrirá tras cuatro meses de asueto. En ningún momento – de momento – me he planteado el llamado “ suicide by balance”. De alcanzar tal deseo, doy gracias a mi oficio para conocer el menos penoso. Escrito queda, pues)

Los más avezados ya habrán notado que el título pertenece a una canción de Joaquín Sabina: “ Sin embargo”…
«… ni tan arrepentido ni encantado, de haberme conocido, lo confieso…”.
Pues eso me ocurre a mí en cuanto he tenido el tiempo y las ganas de hacerme una especie de balance vital. Que, por cierto, no es tan agradable (o sí). Y ya se me va acercando.
Uno ha llegado a esa edad en que echas la vista para atrás y de reojo, tomando consciencia de la cantidad de tiempo que podría quedarte hasta la llegada de la apestosa parca; El resultado viene a ser algo más de un tercio de lo que ya tuviste.
En Norteamérica se le denomina “balanceo” (swinging), y dependiendo de si vence a la derecha o izquierda, – es decir, a lo que has aportado y lo que te quedaría por aportar -, te suicidas o no; o bien enganchas una ‘depresión mayor’ de padre y muy señor mío (o ambas: primero la segunda, que te empuja a lo primero),
Esto es de veras, no invención del autor.
De hecho se llama “suicidio por balance”; y está suficientemente estudiado y contrastado. La Ciencia así lo dice.
En los resultados obtenidos en virtud del oficio ejercido por cada cual, el más frecuente en quitarse de en medio es precisamente el de un servidor.
O sea, que he empezado a hacer mi propio balance. Y, si bien no estoy arrepentido de lo conseguido hasta hoy, tampoco es que esté muy encantado de haberme conocido y haberme soportado durante “veinticuatro-siete-doce- trescientos sesenta y cinco o sesenta y seis si es bisiesto”, que es la estúpida forma que se dice ahora para indicar que es a tiempo total.
Solicitado una especie de experimentación jubilatoria, o algo así, se me ha concedido y , a sus resultas, resulta que me aburro un montón; desconozco cuánto se aburrirán las ostras, pero seguro que las supero en aburrimiento.
Esperemos que finalice tal aburrimiento, puesto que no voy a gimnasios, ni estoy apuntado a club de pensionistas a jugar dominó, naipes ni otros. Tampoco me agrada la petanca y los bolos me pesan ya más de lo que soportaría.
Me queda la lectura, de la que soy adicto incondicional. Y la música, con la que me ocurre exactamente lo mismo.
En estos lares tan mediocres, dudo que me sea permitida la investigación, que me subyuga.
Así es que…
Allende el océano puedo dejarlo sobre los setenta, si es que quiero ser considerado como “ emérito “, pero hasta ahí, aun me falta un buen cacho.
Así pues, está escribiendo alguien con permiso de prejubilación y posibilidad de retorno. Y, tremendamente aburrido…tremendamente aburrido y sin capacidad actual de decisión ( sigo intentando decidir si voy a Córdoba o a Florencia a vivir y … a morir.
Pero no. No estoy arrepentido de haberme conocido. Tampoco encantado de haberlo hecho y pendiende de – por fin – publicar el libro de texto para los que vendrán al oficio.
Ya, casi concluido, si es que tal empeño puede llegar a concluirse…