El martes me reuní para tomar café con mi amigo «J».
Está pasando un momento delicado. De una manera ruin, le echaron de una empresa en la que, supuestamente, era socio.
Sin embargo obedecía órdenes, tenía horario… un contrato laboral, en realidad. Le vendieron la moto con lo de ser socio, y para ello él tenía que figurar como autónomo. La empresa, como muestra de buena fe, le pagaba el autónomo.
La ruindad llegaba a tal extremo que su socio no pagó dos cuotas de autónomo, ni le avisó, y ahora le había llegado embargo de la Seguridad Social, con sus correspondientes recargos.
Por suerte para él, la Seguridad Social no le quitó la bonificación, aunque esas cuotas sí se cobraron sin ella.
Desde entonces había estado trabajando en un programa de contabilidad y gestión para empresas. Lo había desarrollado parcialmente antes de entrar a formar parte de la sociedad que le había echado, pero lo dejó de lado precisamente por esa nueva apuesta.
Le había dedicado muchas horas en su momento y, ahora, muchas más.
Está él solo con ese proyecto. Tiene que compaginarlo con las obligaciones familiares y la búsqueda de clientes para poder, al menos, pagar el autónomo.
Cerrando el ordenador cerca de medianoche, para abrirlo poco después de la salida del sol. Interrumpido únicamente para comer y llevar a sus hijas al colegio o a alguna extraescolar. Poco descanso.
Sobre ello estuvimos hablando un rato, intentando yo ver cómo le podía echar un cable, aunque él no me lo pidiese.
Y en uno de esos momentos salió un tema de conversación que habíamos dejado atrás. «¿Y cómo verías tú que, de repente, te encontrases tu programa en varias empresas, sin que te la hubiesen contratado o comprado? Es decir, pirateado».
En su momento, «J», se enorgullecía de ser uno de los más activos de una web de intercambio de archivos (películas o música, no nos desviemos). Decía tener más de mil, ordenadas en discos duros: uno por década.
En calidad 4k, sonido nosequé… Que no le podía pasar nada, que era ilocalizable, que no era delito, que los artistas son multimillonarios, que no le afectaba a los estudios… Una retahíla de alegatos más que manidos.
Ahora, tras mi pregunta, cambió el gesto. Parecía entender el daño que podría producirle y el que, posiblemente, hubiera podido producir él.
No le gustaba la idea. Ver que todo ese trabajo, tiempo y dedicación, pudiese ser aprovechado por otros sin que él viese un duro.
«Y ¿cuál es la diferencia?». Vagueó por distintas excusas, tratando de evitar la realidad. No se trata de si tal o cual ganan más o menos. Se trata de un trabajo, una idea, un desarrollo y una dedicación.
Si triunfa y, con ello, te forras, ¿quiénes son los demás para quitarte lo que te corresponde? Entonces, ¿quién eres tú, o qué derecho tienes, para quitarle a los demás un duro que le corresponde?
Al terminar el café, una cliente del despacho por una separación, me preguntó. Es fotógrafa profesional y, en ocasiones, trabaja para un periódico importante a nivel local. No le pagan mucho para el curro que lleva – horas de trabajo cubriendo los eventos, escoger unas tantas de trescientas o quinientas, editar los cientos que haya elegido y mandarlas antes de que el periódico se imprimiese -, pero lo necesita para vivir, ya que en este ámbito -y cuál no- hay mucho intrusismo o está en decadencia por el coste que supone cuando puedes hacerlo con tu móvil.
Alguien, con acceso a esas fotografías, había enviado por mail o redes algunas a modo de gesto a quienes salían en ellas. Pero no indicaba quién había hecho las fotos. Ello repercute negativamente en su explotación, ya que esa publicidad le podría traer nuevos clientes, encargos o, como poco, reconocimiento.
Ese reconocimiento de la autoría podría suponer mejorar sus lastradas finanzas.
Internet es un avance casi sin parangón, o quizá sin parangón. Una fuente inagotable de conocimiento, comunicación y cercanía. Pero también de comisión de ilícitos – no tienen por qué ser penales -.
Entre ellos la piratería.
En otros ámbitos es más difícil no sacar rendimiento, aún mínimo.
Así, por ejemplo, inventos tan básicos como el cartón que ponen en los vasos de café para que no te quemes, se paga. Los avances en el móvil, se pagan con él. Igual en los coches, televisores, vacunas, medicamentos o lo que quieras.
Pero respecto a una fotografía, un programa de ordenador, un libro o música todo es diferente. Todo se puede descargar y acceder a él de forma gratuita, incluso ilícitamente. ¿No es tan importante como las patentes, medicinas, vacunas…? Bueno, eso es valorable. Las carreras de medicina, por ejemplo, se estudian con libros. Sin esos libros, pocos médicos.
Igual en farmacia, ingeniería, derecho… ¿Los programas de ordenador? Pues desde la primera calculadora, al último de los sistemas operativos. ¿Qué hubiese sido de nosotros, en qué punto estaríamos hoy sin ellos, sin un mail, un procesador de textos, hoja de cálculo o redes? Si no es rentable, se deshecha. Cuanto más beneficioso sea, más inversión recibirá, mejoras se incluirán.
¿La música, el cine, libros no científicos? El beneficio de los mismos sobre el humano están demostrados de sobra. No solo para relajarte, sino para luchar contra la ansiedad, el estrés e, incluso, como terapias para determinadas enfermedades. Aprender, razonar, expresarte…
¿Fotografías? Puede que pienses en retratos de estudio, o paisajes.
Pero las fotografías han ayudado mucho. Saber la realidad de un conflicto, motivos y soluciones a epidemias, situación de determinados países, personas, animales…
Puedes pensar que todos son ricos. ¿Pero es verdad? La mayor parte tienen la fortuna que tuvo Van Gogh en su día.
Un libro, por ejemplo, repercute al autoeditado, unos 4 a 6 euros por cada 18 de precio de venta (formato papel, a dieciocho euros el ejemplar).
Necesita unos 1.000 ejemplares vendidos para recuperar su inversión.
Y no, no se llega a ese número en la mayoría de casos. Son pocos los que puedan vender para vivir de ello, menos aún para vivir bien.
¿Un disco? La producción y distribución está en torno – según el último que me dijeron – a los seis mil euros. ¿Recuperarlo? No se venden discos, te pagan por reproducción en apps. ¿Precio? Según Business Insider (https://www.businessinsider.es/cuanto-dinero-paga-spotify-cada-reproduccion-como-ganar-818251) Spotify abona entre 0,003 y 0,005 dólares por reproducción. Si no eres conocido, como el caso de quien autopublica su libro, tienes complicado recuperar ese dinero: necesitas 1.200.000 reproducciones.
La propiedad intelectual es una de las grandes desconocidas.
La piratería, por el contrario, sí, y además aceptada. Jamás se podrá eliminar, pero quizá se pueda reducir y que el autor pueda, por lo menos, vivir de su trabajo, como cualquier otro trabajador.
¿Cómo? Junto con determinadas actuaciones, considero que a través de la educación y de mostrar la realidad a la gente. Concienciar. Pero no con anuncios en la sala de cine, o en algún corte de una película por la tele.
A través de los medios que la gente realmente utiliza.
De esto y muchas cosas más, a nivel básico, he intentado tratar en un libro. Novelado, no técnico, aunque con apuntes al pie de página para que el lector pueda acudir, comprobar, contrastar y opinar.
Espero que, al menos, pueda servir de algo.
Lo puedes encontrar en librerías o, entre otros, online aquí:
https://www.fnac.es/a9831341/Peqpantx-Tres-marrones#omnsearchpos=1
https://www.unoeditorial.com/libros/tres-marrones/
Por David Breijo Martinez