A la hora de generar una reflexión sobre los valores, como en todos los temas, es adecuado contar con la tradición, con la finalidad de incorporar aportaciones y metodologías realizadas por personas que han tenido inquietudes similares. Debido a la estrecha vinculación entre ética y valores, la concepción de ambas nociones se da prácticamente a la vez y sin duda, esa dualidad es la encargada de fortalecer el objetivo que define las señas de identidad de los pueblos.
La palabra tradición procede de traditio y significa entregar. Un abuelo a un nieto o un padre a un hijo, intentan siempre entregar sus conocimientos, sus deseos, sus vínculos, su pensamiento, en base a lo que ellos han conocido, han sentido y en lo que han creído. Eso es la tradición de cada lugar y eso, en esencia, es el Alma del Pueblo.
Es tan sencillo como que, el aprendizaje de las culturas y la tradición enriquece el conocimiento de los jóvenes y les ayuda a desarrollar muchas ventajas a lo largo de su vida, en especial si les permite tener acceso a ser multiculturales y comprender y empatizar mejor con todas las personas que los rodean.
Y dicho todo esto, quiero hacer una pública mención al logro conseguido por el esfuerzo, la ilusión y la constancia de un pueblo, Valera de Abajo, al que estoy unido por amistad y por consideración y con el que he tenido la oportunidad de compartir ideal, deseo, proyecto y trabajo; un pueblo volcado a sus tradiciones como ninguno, donde expresan su ejercicio de paisanaje, logrando lo que merecen porque la historia lo tenía andando y, sobre todo a esa constancia y buen hacer de su Ayuntamiento, en especial de su alcalde Daniel Pérez Osma y el minucioso hacer de su Asociación Hermandad Dulce Nombre de Jesús, consiguiendo que sus Fiestas de Moros y Cristianos en honor al Santo Niño hayan sido declaradas de Interés Turístico Regional. Ellos son los verdaderos artífices y como tal, son dignos de recibirlo y sentirlo.
Y sin necesidad de entender, lo que la historia y la tradición, pueden generar en las sociedades cuando de ellas se recrea parte de su pasado y con ello, mantener viva la llama del recuerdo, de la esencia de cada pueblo, de cada lugar, consiguiendo provocar en las nuevas generaciones ese mismo efecto que engrandece el espíritu y sobre todo, el sentimiento de las gentes que allí viven y que allí sienten.
Los valerosos y valerosas lo merecen porque siempre creyeron en sus razones patrimoniales, en esos baluartes de vida, las que crean y desarrollan cuando ponen en valor sus sentimientos, con el cuidado a sus ropajes o vestimentas, a sus costumbres bien definidas, a sus actos religiosos, a sus banderas, estandartes y a su Dichos –ejemplo de realidad verbal- para dejar sentir el credo de esas fiestas, ejemplo de devoción hacia una imagen, el Santo Niño, que representa el antes, el ahora y el después.
Valera está de enhorabuena y todos, los que de una u otra manera, tienen vinculación por ser hijos del lugar, vecinos, visitantes y amigos, también lo están porque lo sienten, lo creen y lo viven.
Y su historia siempre habló de arroja y valentía. Aquellos romanos de Tiberio Sempronio Graco lo demostraron, pero también en esa defensa de su Hoz o Paso de las Valeras, escribiendo páginas importantes durante la España islámica, enfrentándose Amer-ben-Amrú y Jusyf-el-Fheri, sin olvidarnos que sería Alfonso VIII el conquistador y repoblador, allá por el siglo XII.
Los Albornoz, los Mendoza o los Alarcón sentaron feudo y luego, las carmelitas de San José, aquí traídas de la mano de Ana de San Agustín para fundar convento y un poco después, los franciscanos descalzos dieron esa vida religiosa que dignificó su Virgen de la Asunción como patrona de la iglesia parroquial y la Virgen del Rosario como Señora y Madre. Y como no, el Santo Niño, el mismo que declara la personalidad de este lugar, porque en su imagen se conjugan todos los grandes valores de sus gentes y les bendice para creer en ello.
Un pueblo cargado de historia que ahora, con la Declaración de Interés Turístico Regional de sus Fiestas de Moros y Cristianos, las que definen la personalidad de cada valeroso y valerosa, ahora, se siente todavía más unido a su sentimiento tradicional, sintiendo el orgullo que define su carácter y que hace de sus gentes, humildes, trabajadores y comprometidos con el esfuerzo, los verdaderos herederos de aquellos abuelos y abuelas que definieron la esencia de Valera con sus quehaceres y sus voluntades. Los valores universales son los que hacen grandes a las sociedades, y aquí los hay en cantidad.
Por Miguel Romero Saiz