El 31 de mayo de 1824, Romualdo Pablo Palomar, alcalde de Leganiel, escribió al Intendente de Policía de la provincia de Cuenca, exponiéndole los hechos que ocurrieron en aquel lugar, durante la noche del 29 de mayo y la mañana del siguiente día, con el fin de que resolviese lo conveniente, dado el gran peligro de los hechos.

Reunidos en las Salas consistoriales, a presencia del todo el Ayuntamiento, Dionisio Fernández, procurador de este Común, dijo que havía necesidad de pan en el pueblo, a lo que se le contestó por todos los yndividuos que lo componen que el domingo 23 se reuniría dicho Ayuntamiento y vecinos para tratar sobre el particular, encargándole al dicho procurador su precisa asistencia.
Sin embargo, y antes de aquella reunión a la que se convocaría a todos, lo que hizo el procurador fue degar encargado a algunos vecinos levantasen un motín, y él se ausentó del pueblo. Los encargados del alboroto no quisieron hacerlo, pero unos días después, al regresar el procurador a Leganiel, durante la noche del 29 de mayo, en la hora entre 10 y 11 de la noche, dispuso se levantasen de sus camas varios vecinos, con la idea de conducirlos a las casas de los dos alcaldes ordinarios.
En primer lugar, se dirigieron a la casa de don Francisco Rodríguez, y no habiéndolo hallado en ella, se dirijió a la casa de mi abitación, acompañado de Antolín Fernández Cruz, Faustino Sánchez, Bernardino Garrido, Andrés Fernández, José Amor Pelón, Marzelo Fernández, Domingo Calvo, Julián Fernández, por mote Colorado, Francisco Garrido de Andrés, Juan Ydalgo, Francisco Garrido, por mote Torremocha, y otros varios vecinos con los que pasó a las casas de mi abitación y morada, y llamando a las puertas mandé a una hija mía, por estarme yo esnudando para acostarme, viese quién era el que llamaba, y me contestó que era Dionisio Fernández, el procurador, acompañado de unas 150 ó 200 personas de hombres y mugeres, y vajando yo inmediatamente a ver lo que quería, le contesté que yo no abría mi puerta de modo alguno, temiendo no me atropellasen a mí y a mi familia, gritando en voz desentonada: ¡queremos pan!
Romualdo Pablo Palomar les contestó que se lo daría a precio corriente, y después le hizo entre él y los demás concurrentes a un compañero en vara, y al Secretario de este Aiuntamiento llamasen a ver si podía lograr el intento que tenía maquinado, con todos los que le acompañaban, y, aunque lo hicieron, tanpoco los quise abrir.
Y ya que vio el dicho procurador el pueblo amotinado, a pocas instancias que le hizo José Amor Pelón, su cuñado, y varias reflegsiones que le hizo, tanto mi compañero en vara, como el Secretario de este Aiuntamiento, se retiró a su casa.
Una vez que Romualdo Palomar vio que muchos de los concurrentes se tranquilizaron determinó salir a la calle a ver si podía contener algunos escesos que pudieran haver ocurrido. Y, en efecto, lo logré, en virtud de varias reflegsiones que a todos les hize, apelando al Reglamento de Policía para que se retirasen a sus casas:
Y, en efecto, pude lograrlo. Y después salimos los dos Alcaldes, el Secretario del Aiuntamiento, don Julián de Salazar y Torres y don Silverio Martínez, con dirección a la taberna pública de esta villa, y después anduvimos todas las calles del pueblo haver si advertíamos alguno otro movimiento, y viendo que no lo havía, a las dos de la mañana nos retiramos a nuestras casas, y en toda la noche no hubo la menor novedad.
Al día siguiente, las circunstancias se tornaron bastante peligrosas:
Pero en la mañana del siguiente día, haviendo sabido por algunos informes que tomé, que los mayores causantes del motín havían sido el Procurador, Antolín Fernández Cruz, Faustino Sánchez y Julián Fernández Colorado, metí en la cárcel a dos de estos tres últimos, que se allavan en el pueblo.
El procurador que se enteró que los havía entrado en la prisión, volvió a reunir a todas las personas que pudo, para que hiciesen lo mismo que hicieron por la noche.
Y hacercándose a mí cuando hiva a misa, acompañado del otro Alcalde, dirigiéndose a mí la palabra de porqué tenía aquellos dos presos, y le contesté que no tenía que darle satisfagción de semejante prisión, y entonzes me dijo que se havían de soltar a la fuerza.
Romualdo Palomar, al ver este desorden, invitó al procurador alborotador a que fuese también a la cárcel, en la idea de apresarlo:
Me dixo que por qué, y yo le dixe que después se lo diría. Y, entonzes, Bernardino Garrido, uno de los principales motores de quanto havía sucedido, dixo que al Procurador no se le llevava a la cárcel.
Como la noticia se fue extendiendo, cada vez más personas eran partícipes del encarcelamiento de varios vecinos, de modo que Romualdo Palomar, viendo yo que se iva ya reuniendo una gran porción de gentes de las que havían estado la noche anterior, tuve a bien suspender la prisión del procurador, y también soltar a los dos que tenía arrestados, por evitar mayores daños que pudieran sobrevenir.
Estos sucesos fueron relatados en un documento, para conocimiento del Intendente de Policía de Cuenca, cumpliendo las órdenes establecidas por el Reglamento de Policía, en la idea de que tomase las providencias necesarias, dado que el pueblo, en su conjunto, estaba poniendo en peligro la vida de los dos alcaldes que tenían encomendadas funciones de justicia.
Es un hecho más que proporciona una valiosa información sobre la situación socioeconómica de un lugar, en unos años muy difíciles, tras la penuria que provocó la Guerra de la Independencia, cuyas secuelas duraron muchos años.
Por Mª de la Almudena Serrano Mota. Directora del Archivo Histórico de Cuenca