En 1998, hace 23 años, se conmemoraban los 800 años de la muerte de nuestro patrón: el burgalés y conquense San Julián, segundo obispo de la diócesis después de Juan Yáñez. Se festejaba en lo alto de las hoces del río Júcar en donde hay un espacio para su recuerdo. El lugar, de un tranquilo día, al que los devotos y visitantes que lo desean llegan para gozar de la naturaleza, sentirse más libres, más cerca del cielo y mucho más en familia.
Texto y fotos: Enrique Buendía
Estamos en la mañana del 28 de enero de 1998 en la que, muchos de nosotros, nos hemos acercado hasta el paraje de la Ermita de San Julián, en ‘El Tranquilo’. Hace frío, y un ligero vientecillo sacude los cuerpos de aquellos devotos que se aventuran en las primeras horas.

A la cabeza de ellos, el capellán de la Ermita, Rafael Rodríguez, presidente de la Asociación de Devotos, hombre infatigable de gran vitalidad y corazón, que ha conocido de este espacio toda clase de tiempos, unos mejores y otros peores, pero que como el mismo me decía, nunca le faltó el apoyo incondicional de los fieles para superar las adversidades que se encontró en su quehacer. “El tiempo me ha ido dando la razón. Las dificultades iniciales, debidas a la lejanía de Cuenca y a una cierta desidia, han sido un acicate más para conseguir este agradable lugar, en el que nos encontramos, donde es más fácil, por la paz y serenidad que en él existen, acercarse a Dios. El ejemplo de nuestro patrón y su capacidad de trabajo nos ha impulsado. La gente aquí, se siente mucho mejor” me decía D. Rafael.

He llegado hasta la Ermita a través del ‘Camino del Escalerón’, en el que se le han añadido pequeños espacios con bancos donde, aquellos que lo desean, pueden hacer un alto en el esfuerzo de subir por este empinado lugar, con casi 200 metros de desnivel desde la carretera que acompaña al río Júcar. La barandilla, que existe a ambos lados de la estrecha senda, es un apoyo eficaz para la subida.
Cuando se inicia la parte del recorrido más costosa, hay personas repartiendo la ‘caridad’ del santo. Me dicen, que es el recuerdo de la capacidad de limosna de San Julián, que siempre dio lo que a veces no tuvo. Son panecillos. 10.000 se van a entregar en este día a todos aquellos que lleguen hasta aquí.
Suben los devotos, muchos con vasijas para llenar en la fuente de la Ermita. Dicen que es un agua especial, potable, y con excelencias para ‘curar’, mejorar a los que tienen reuma y otras enfermedades. “Yo llevo viniendo aquí, -me dice Angustias-, desde mis primeros años, cuando me llegaba con mis padres a pasar el día. Ellos me inculcaron la devoción a San Julián, y desde la parte alta de la ciudad, aquí me acerco todos los domingos y hoy, especialmente, porque es el día del Santo. Vengo con mi familia, aquí almorzamos, oímos Misa y recogemos agua para la abuela y para el resto de la familia en la fuente de la Ermita”.
Las alegres campanadas del Santuario están advirtiendo de la próxima Misa a celebrar. Este día se han anunciado dos, mejor dicho, tres, una a las 11 de la mañana, otra a las 13 y una tercera a las 5 de la tarde. “En la última será D. Ramón del Hoyo, nuestro Obispo, el que oficiará en ella teniendo prevista su asistencia el señor alcalde. Misa que será armonizada por el Grupo ‘Voces y Esparto’” -me dice Gimeno-, un buen amigo devoto.
El Ayuntamiento de la ciudad ha ido poniendo, en ayuda de la mejora del espacio, los recursos necesarios para el adecentamiento del mismo. Pero nada habría sido posible si los ‘devotos’ del Santo no hubieran ‘echado’ numerosas veces ‘su cuarto a las espaldas’. Obras son amores y bueno es el reconocerlo.
Hay buen ambiente en los alrededores de la Ermita, a la que los jóvenes y menos jóvenes van llegando a través del Escalerón y de la Cantera vieja. El día es propicio para buscar el encuentro con la naturaleza, después de un tiempo invernal relativamente duro, que apenas nos ha dejado disfrutar del clima para ‘escapar’ de la tenue prisión de la ciudad. Es como si estuviésemos en Jueves lardero, por la cantidad de gente joven que hasta aquí ha subido, o que aprovechando la festividad, se encuentra en las eras de la otra ribera del río Júcar.

En las parrillas de debajo de la explanada donde está la Ermita, y donde se van a oficiar las Misas, hay diversos grupos preparando su almuerzo. Todos los años son fieles a la cita. Aquí está la familia de los ’Pimenteros’ y algunos amigos. Están cocinando las tradicionales gachas, acompañadas de los ricos torreznos, fritos de matanza, junto con las sugerencias estimulantes de las guindillas, y variantes con vinagre, amén de un buen vino de Casas de Fernando Alonso. “Vendremos a este lugar siempre, -me dicen-, es un ‘gozo’ difícil de explicar; por arriba la Ermita con nuestro patrono, abajo, el río Júcar a nuestros pies, y en plena naturaleza aquí…, esto es especial”.
Y lo saben bien estos devotos sanjulianeros, especialistas en el arte culinario, en el campo que, en este entorno tan singular, aporta un sabor especial a su quehacer entre oraciones, risas y el rumor del aire sobre las ramas del pinar.

En la homilía de la Misa, que oficia D. Rafael, les hace presente a los asistentes el recuerdo de la extraordinaria personalidad del Santo Obispo Julián. Sus palabras con un lenguaje fácil se refieren a la persona y hechos del Santo, de quien se celebra hoy, ochocientos años después, el día de su fallecimiento. Al acabar la ceremonia religiosa, el Himno a San Julián se hace eco en las gargantas de todos los presentes, repitiendo el ‘henchidos de alegría, cantemos sin cesar, gloria al padre de Cuenca, loor a San Julián’, llenando este espacio ‘santuario’ de múltiples ecos de reconocimiento al Santo.
Son muchas las personas que están en la Ermita de San Julián ‘El Tranquilo’ sobre la 1,30 del mediodía. Llegan escalerón arriba por el desvío cercano a Las Grajas, o por la senda de la cantera vieja, frente al Recreo Peral. Desde aquí arriba se observa cómo abajo en la carretera que acompaña al Júcar en su orilla, se van colocando gran cantidad de coches que le dan a la ribera del río el aire de las grandes ocasiones. Un enorme bullicio se mezcla en el recinto con el ir y venir de las gentes. Una ermita y su más próximo entorno en donde una imagen de San Julián sirve para señalar la devoción a los presentes que ocupan todos los bancos de la pequeña capilla.
Es tiempo de volver a la ciudad. La carretera hacia Cuenca está llena de voces cantarinas, de rumores de juegos y de encuentros. Paréceme a mí, escuchar a las serranillas entonando sus dulces cantos de amor, mientras juegan con los chopos del río al escondite:
“Venid, venid, llegad, llegad,
que las serranas van a cantar.
‘Venid, venid, llegad, llegad,
que las serranas van a bailar”.

Regresé para la Misa de la tarde. Nuestro obispo D. Ramón la ofició como así se había anunciado. RNE con Jose Luis Muñoz conectó con el programa nacional para dar a conocer la celebración patronal, mientras que los sonidos tradicionales de la provincia de Cuenca, tales como La Tragaceteña, Las Folías, el Mayo de Cuenca, El Borrego, Las Músicas, y diversas coplas de jotas, seguidillas y fandangos con textos religiosos se escuchaban en las voces e instrumentos de los conquenses de “Voces y Esparto” y se expandían sus ecos por las hoces en la lejanía. Han sido momentos exquisitos.
El señor obispo dio finalmente a besar la reliquia de San Julián mientras que, a D. Rafael, el sacerdote de siempre, se le veía muy emocionado, hablando con unos y con otros de los presentes, de lo bien que había resultado todo en la tarde. Un pequeño refrigerio con galletas y unas botellas de sidra ponían el punto y final a la cita de los sanjulianeros de este año 1998 en el día del Santo Patrón.
‘Henchidos de alegría,
Cantemos sin cesar
Gloria al Patrón de Cuenca
Loor a San Julián…’