Hace frío en esta mañana del domingo 6 de febrero del año 2005. La carretera que me lleva hasta La Peraleja, por La Ventosa, tiene humedad reciente y a ratos llueve. Yo, me sigo sorprendiendo por estos espacios solitarios que dibujan altillos y barrancos con olivar y pinar, llanos grises y marrones, donde el campo espera su tiempo para abrir una nueva primavera. En la cercanía al pueblo, aún se ve a alguna familia retirando la aceituna que todavía les queda. Antes de llegar al pueblo, en las alturas se dibuja el horizonte arquitectónico de la Ermita de la Virgen del Monte, la patrona, que se viene a festejar con romería el 8 de septiembre.
El Rincón de Enrique Buendía
El pueblo celebra hoy domingo a San Blas, y ayer lo hizo a la Virgen de la Candelaria, me explican. La razón de este hecho, fuera de las fechas del calendario litúrgico, está, en que los vecinos de fuera y, las gentes de dentro, pertenecientes o no a la Hermandad de devotos de la Virgen y San Blas, lo tienen así acordado para que estén en La Peraleja la mayor cantidad de familias y así participar en los festejos que se organicen, con tal motivo.
«Lo estamos esperando cada año y agradecemos el detalle de esta espera festiva y que la coloquen en el primer fin de semana de febrero…», me comentan.
En lo alto del pueblo, entre vueltas y revueltas de su núcleo urbano, me encuentro primero con el humear de la hoguera de vísperas, todavía no consumida totalmente, y después, con su iglesia parroquial dedicada a San Miguel Arcángel, de la que externamente sobresale la torre cuadrada y su portada con arco de medio punto. Dentro, y a los lados del altar mayor se encuentran las imágenes de La Candelaria y San Blas. Todo en un entorno sencillo y acogedor de tres naves, dispuestas para ser ocupadas por la gente.
Al bajar del coche escucho los sonidos de las dulzainas por las calles cercanas. Y es que, es tiempo de diana y toque de llamada para la hora cercana de la procesión, y a ello se afanan los dulzaineros, con la compañía de los directivos de la Hermandad. A las puertas de las casas, asoman los vecinos e invitan a la comitiva a un refrigerio. Pasados unos minutos, se vuelve al callejear, «porque la hora se nos va echando encima y hay que preparar la procesión del Santo…»
Esta Hermandad a la que me refiero, tiene por nombre «Ntra. Señora de la Candelaria y Mayordomos de San Blas», como así se refleja en los Estatutos que determinan los comportamientos de quienes a ella pertenecen, «fue fundada en el año 1.742, y después de un periodo de desaparición, volvió con fuerza a funcionar en el año 1999, para mejor honrar a quienes representan las imágenes que ves aquí en la iglesia, La Candelaria y San Blas, por quienes los peraleños tenemos una gran devoción…», me contaría Antonio, el Secretario, alma mater del funcionamiento ordenado de la misma.
Las gentes que van a participar en la procesión de San Blas esperan dentro del templo la llegada de Juan Pablo, el sacerdote; charlan animadamente, con mesura claro, sobre el tiempo que les va hacer, porque el aviso es de lluvia próxima y «con el frio que hace, quizás hasta tengamos algún que otro copo de nieve…», me dice Eduardo, el presidente de la Hermandad, que por cierto está contento, porque los hermanos de San Blas y la Candelaria van aumentando cada año.
«Seremos unos 185 hermanos, más o menos, que tenemos una cuota de 3 euros, y con tales cantidades que recoge y cuida Rosario, la tesorera, pagamos los gastos de la fiesta, tanto en lo religioso, como en lo festivo…, y sí queda algo, se destina a apoyar aquellas obras benéficas que el párroco considera oportunas.»
Ha llegado el párroco y con todo dispuesto, es hora del comienzo de la procesión. Los sonidos de las dulzainas interpretando el Himno Nacional, señalaban al vecindario que la imagen del Santo abogado de las enfermedades de la garganta estaba en la calle. Con las músicas de antiguos paloteos, danzados años atrás por esta zona de la Alcarria, camina la procesión sin que en ningún momento cesen los rezos y los ¡vivas! al patrón.
«Es que son momentos muy intensos, y estos vivas nos permiten decirle al Santo, la ‘fe que le tenemos’ y así nos parece que, por su intercesión, estamos más protegidos…», me dice una señora.
Son calles estrechas, empinadas, pero limpias y cuidadas. Y veo que quienes lo desean, se turnan en el transporte de la imagen patronal.
«La Hermandad quiere que todo el mundo se sienta implicado y agradecen estos gestos de llevar en hombros a San Blas por las personas devotas y por quienes llegan al pueblo para la fiesta desde su residencia familiar fuera de La Peraleja. El frío es patente a ratos, engarzado en unas ráfagas de aire que llegan desde las alcarrias cercanas. En su Ermita del Cerro, la Virgen del Monte contempla el paseo procesional …»
Así se va realizando el recorrido por el pueblo, que lleva todos los asistentes a la iglesia para la misa de celebración en torno a San Blas, misa concelebrada y armonizada por un Coro de jóvenes llegados desde Huete. Al acabar la ceremonia religiosa se canta con determinación el Himno a San Blas; luego, Juan Pablo el párroco, ha bendecido la ‘caridad’, y se ha dispuesto el orden para besar inmediatamente después, una reliquia del Santo traída desde Huete, y la entrega de la ‘caridad’, los panecillos, por la familia carideira de Jesús Muñoz, a los presentes. En el atrio del templo se repartía una zurra a cargo de Aurora y Pedro y se procedería a la rifa de la tradicional ‘tarta’ del Santo.
«Con el dinero que sacamos y las cuotas de los hermanos, vamos cogiendo dinero para pagar los gastos de la fiesta…», me decía Eusebio, el presidente.
La nieve hacía entonces acto de presencia y obligaba a realizar con rapidez la rifa consiguiente, para volver a entrar a la iglesia parroquial para cobijarse del blanco elemento. Apenas unos minutos solo, porque el cuerpo de las gentes de La Peraleja esperaba ‘algo más’…,
«lo llamamos ‘galopeo’, que no es otra cosa que el poner ritmo al cuerpo, al compás de los sonidos de las dulzainas, recordando viejos temas de ‘paloteos’ de la zona…» Con los brazos arriba, y como me dijeron, a ritmo, comenzaron a moverse los peraleños de todas las edades, desde su iglesia en dirección a la Plaza del lugar. En el camino iban recogiendo a otros participantes. Ellas y ellos se iban animando en el recorrido con voces de ¡venga!, ¡vamos!, ¡arriba! y otras exclamaciones parecidas.
En la Plaza formaron un gran corro alrededor de la fuente, y allí disfrutaron de lo lindo unos minutos, que algunos quisieran que no acabaran, al compás de las dulzainas de Diego y Jesús Mercado, y Paco al tambor, que no dejaron de tocar y dar ‘vida’. Unas jotas finales cumplieron su papel de dejar un muy buen sabor de boca en favor de los músicos.
Apenas quedaba tiempo para asistir a la comida de convivencia, preparada desde el Ayuntamiento, a base de un guiso de judías con carne de matazón del día anterior, día de La Candelaria. Por la carretera, al volver a casa, aún escuchaba yo en mi memoria las repetidas coplas del Himno a San Blas:
«¡Hoy es San Blas en Peraleja!… ¡Sea!