La fiesta de San Juan en Tragacete, excusa para visitar la localidad
La llamada de mis raíces fue la que me llevó hasta Tragacete, localidad a la que llaman ‘la perla de La Serranía’. La noche mágica de San Juan, o mejor el día, fue el pretexto para acercarme a este enclave del territorio conquense, en el valle que el río Júcar recorre desde su nacimiento, apenas a unos kilómetros, entre montañas y pinares, abarcando su espacio cañadas y prados en los que la presencia de ganado ovino, habla de esplendores de épocas pasadas.
El Rincón de Enrique Buendía
Tragacete. Desde siempre el pueblo y también sus gentes han llenado de emoción mis recuerdos. Sin nacer en él, y sin apenas vivencias de los años de niño allí pasadas, el entramado callejero es reconocido por mis ‘genes’ cuando regreso a la tierra en donde viniera al mundo mi madre, Cecilia, y mi abuelo Paco, también mi hermana Amelia.
De esta tranquila población en la que estoy el día de San Juan Bautista, me he posesionado de mis recuerdos y les he dado vida, recorriendo en el silencio de sus calles, después de una noche de fiesta, aquellos rincones que ellos me enseñaron a amar. La Plaza Mayor aparecía atravesada en su corazón por un hermoso ejemplar de los pinares cercanos, un pino donado por el Ayuntamiento a los quintos del año, a David, porque sólo él lo es este año, según me contaba después José Luis, el alcalde:
«Es una costumbre poner en este día un pino en la Plaza. Este que ves mide unos 20 metros… Antes, el pino se limpiaba, y los más arriesgados o hábiles intentaban subirlo. Era una prueba de hombría, y aquel que conseguía llegar arriba, tenía su premio, las más de las veces un hermoso jamón»
Saludo en el Bar de ‘La Chispa’ a su dueña, a la que recuerdo con mucho cariño y me asomo a la Fuente cercana de los ‘Doce Caños’, para beber su agua fresca y cristalina, mientras miro el trinquete, y añoro los encuentros de pelota mano allí celebrados, de notable prestigio en el ámbito de los pueblos de la comarca, y donde mi abuelo se manejaba con autoridad y clase.
Otra fuente me llama la atención, por dos razones, una porque es en ella donde los animales de labor iban a beber cuando todavía existían en el pueblo, debido al abrevadero en ella existente, y otra porque está ‘enramada’. Aquí surge uno de los componentes costumbristas de la fiesta de San Juan, referido a las virtudes del agua en esta noche pasada.
«En el crepúsculo de la noche, también era costumbre ‘enramar’ las puertas o ventanas de las chicas guapas o favorecidas por el querer de algún mozo, con flores y ramitas verdes, anuncio de esperanzas fundadas», me decía Mari, la del Bar de la Plaza. «También se enramaba, pero esta vez con cardos, o con desperdicios de animales o cosas semejantes a aquellas mozas poco agraciadas o ‘estiradas’», apostilla Encarna, que en el mismo lugar me atienen.
Está la fuente bonita, llena de flores y detalles de ramas verdes. Por cierto, que se quejan los dueños de los rosales cercanos de la pérdida exagerada de flores, aunque el destino de tal acopio se manifieste en la emblemática fuente ‘enramada’.
Dirijo mis pasos hacia la carretera, para buscar el camino que me lleve hasta otro paraje con connotaciones mágicas del amanecer o noche, que fue de San Juan; me refiero a otra fuente, la ‘de San Antonio’, en el carril que asciende hasta el Albergue de San Blas. Allí estuvieron la madrugada mujeres y mozos del pueblo lavando su cara, a orillas de un burbujeante Júcar, que ensortija con su caminar los ribazos de esta peculiar tierra de contrastes. Dicen los viejos del lugar, “que en esta fecha quien lava su cara en la susodicha fuente, mantendrá intacta su belleza natural, porque San Juan bendice en esta noche todo lo que existe sobre la tierra”. Y me añaden que, “algunos de los pastores sacan sus ovejas a que tomen el rocío antes de que salga el sol porque los rayos solares le quitan la virtud a las gotas de agua del despertar matinal…”
La brisa del aire serrano, hace frescura a la mañana, cuando ya los rayos del sol calman los rigores climáticos de las alturas de los montes que rodean al pueblo. En la citada fuente cumplo con el ritual de lavar manos y cara, ante la presencia impertérrita de las moles rocosas a las que me estoy acercando. Cerca un rebaño de ovejas se alimenta y rompe el silencio de la mañana entre balidos, ladridos de los perros y el silbido del pastor.
Desde la altura del Cementerio del pueblo, Tragacete muestra el colorido de sus casas al frente de la ladera del cerro. La espadaña de su Iglesia convive altiva con las alturas de otros edificios, y detrás de la Plaza de toros, una elevación del terreno muestra el Cerro de la Torre, al lado de los depósitos del agua. Es donde estuvieron los mozos bien temprano hoy, para ver salir en el amanecer la ‘rueda de santa Catalina’. Curiosidad es, conocer de esta santa Catalina, que lo fue de Alejandría, con fama de sabiduría y mártir por decapitación en la ‘rueda’. «Dicen que baila el sol al salir en este día. El sol de San Juan, quita el reuma y alivia el mal, que dicen nuestros mayores»
Vuelvo al pueblo cerca de la hora de Misa para encontrarme con los músicos de la Banda ‘Santo Niño’ de Valverde del Júcar por las calles en alegre pasacalle, avisando de la hora de la misa dominical en honor al precursor del Mesías. Su Iglesia dedicada a San Miguel Arcángel tiene una sola nave, restaurada recientemente, en la que destaca el techo de casetones a imitación de la madera, así como la luminosidad de todo el espacio y el retablo del altar mayor neoclásico, con la talla patronal de San Miguel, esculpida por el gascón Fausto Culebras.
En la liturgia de la Misa sitúa el párroco a la figura de Juan ‘el Bautista’ «a quien hoy celebramos en su nacimiento, anunciador de la presencia del Mesías salvador, Jesús de Nazaret…»
Al finalizar la ceremonia religiosa comienza la procesión y la manifestación popular del sentido de la devoción de quienes en ella participan; el ‘paseo’ es por las calles del pueblo, a través de zonas ajardinadas, casas de sabor serrano, la ribera del río Júcar, las fuentes, la cucaña de la plaza mayor… Acompaña al santo las gentes del pueblo, que hoy como en otros fines de semana, pero en este especialmente, se presenta nutrido de ‘hijos’ que han vuelto a la casa de sus mayores para el encuentro festivo. La banda de música de Villalpardo pone el sonido de las marchas de procesión para darle mayor relevancia, si cabe, al cansino caminar de San Juan por las calles del pueblo, a hombros de los mozos. Especial significado tiene el momento de la despedida hasta el próximo año en la puerta del templo parroquial, entre los vivas de las mujeres serranas y también el recuerdo emocionado por aquellos que ya no están entre ellos.
Es la hora del aperitivo y del Concierto. Primero la B.M. ‘San Antonio de Padua’ de Villalpardo y luego la del ‘Santo Niño’ de Valverde del Júcar, con piezas escogidas del repertorio.