San Blas fue obispo de Sebaste, Armenia. En tiempos de Diocleciano, a principios del siglo IV, fue perseguido, encarcelado y luego muerto decapitado. Se dice que mientras iba al martirio aún le dio tiempo a realizar un último milagro sobre un niño que se ahogaba por una espina. Es considerado como protector de las enfermedades de la garganta.
Enrique Buendía
Al margen de esta maldita pandemia que nos está quitando tantas cosas, me traslado con vosotros al Almonacid del Marquesado del año 2002. La secuencia de comportamientos festivos aquí, hace 19 años, se sigue rigiendo por esta frase, hecha coplilla o dicho:
«San Ignacio es el que guía,
y después Santa María (ayer lo fue).
Y San Blas al tercer día».

Por los comentarios escuchados a las gentes de Almonacid parece claro, y casi por rebote, que ‘los diablos’, que al principio fueron destinados a ‘encubrir’ a la Virgen María en su Purificación, la popular Virgen de las Candelas, encontrarían después su atención e indudable veneración a la figura de San Blas, probablemente por su calidad de protector e intercesor en las divinas instancias, por los problemas que la peste o las enfermedades de la garganta les originaban, tanto a ellos como a sus familias y animales de labor.
Origen de la fiesta
La devoción directa a San Blas por los almonaceños no se basa en un episodio de los tiempos de Jesucristo, sino en la realidad de haberse hallado una imagen del Santo obispo armenio en Los Majanares, un paraje cercano al pueblo, también cerca del de Puebla de Almenara. Un pastor de Almonacid la encontró y así lo comunicó a las autoridades locales. La noticia igualmente llegó a los vecinos de Puebla, que reclamaron para ellos la susodicha imagen, creándose una fuerte polémica entre los dos municipios. Me dicen, que los de Puebla llevaron fuertes bueyes para poder llevarla a su localidad, pero estos no consiguieron mover la imagen colocada en el carro; en cambio; los de Almonacid con solamente unas mulillas, sí consiguieron el transportarla a su pueblo, creándose como ‘un milagro’ el que el Santo así lo decidiera.
Rescatada de la tierra, ‘peleada’ su propiedad con los vecinos del otro pueblo, Almonacid del Marquesado hace ‘muy suya’ la talla de San Blas. Y así surge el primer detalle de la celebración real, cariñosa, y festiva de La Endiablada, que no es otra que, el lavado de la tierra del rostro del santo con aguardiente. Los diablos ‘avisan’ así, del cierre de la página de su dedicación a La Candelaria y la apertura de otra, con el que fuera médico y obispo de Sebaste, San Blas.
En el programa de TVE, “Raíces”, grabado en Almonacid hace 46 años, Manuel Garrido entrevistaba al cura párroco de entonces sobre el famoso tema de la aparición de la imagen del Santo.
Vídeo. Origen de la fiesta
La Endiablada

He llegado al pueblo el día de San Blas por la mañana. Ayer celebramos las vísperas del Santo en una tarde que esbozó su primaveral manifestación con una temperatura amable para estas fechas, circunstancia que permitió la venida de muchos curiosos a la pequeña localidad de Almonacid, apenas a una decena de kilómetros de Segóbriga.
Los sonidos de los cencerros ya se escuchan apenas pones los pies en sus calles. Es señal inequívoca de que la actividad de La Endiablada está en marcha en estas horas tempranas del día 3 de febrero. La componen hombres, mayores, jóvenes y niños únicamente y, aunque me supongo que ya lo conocen, pues la fiesta está declarada de Interés Turístico Nacional desde 1969, van vestidos con trajes excéntricos de colores vivos llevando hoy, por gorro, una mitra roja en honor de San Blas, obispo. Algunos van con máscaras pero, lo común en todos, son los cencerros además de una porra tallada en uno de sus extremos con una rara cara…

Ejerce el sonido de los cencerros una llamativa advertencia, como si una gran reunión se estuviera formalizando por sus calles en dulces sacudidas. La sensación de extrañeza continúa cuando se ven directamente a los diablos marchar. Su colorido es tan original, su vestimenta es tan singular y tan a la vez estrafalaria, que en verdad te llegas a creer, pasados los primeros momentos, que es un turbador calidoscopio de formas y colores lo que ven tus ojos. Trenza de hilvanes para proteger identidades y gestos interiores de las personas que, vestidas de esta guisa y cubiertas hoy con una mitra de obispo, desearán no ser sorprendidas en su intimidad. La vida en el pueblo da la impresión de estar detenida, latente.
A la Plaza del Ayuntamiento, en donde tiene su sede La Endiablada, la gente va acercándose para el acto matinal. Hay muchos curiosos con cámaras en ristre dispuestas para recoger los instantes más emotivos del ofrecimiento de un grupo de personas, hombres de Almonacid, que ‘viven’ con intensidad la propia necesidad de ‘pagar’ al cielo y a San Blas en segundo plano, por ser valedores de sus propias vidas.
Los medios de comunicación andan ahora entrevistando a Aniceto, el Diablo Mayor, el jefe, mientras en una esquina, un puesto ambulante de churros ofrece chocolate caliente. La Endiablada, como aquí se le conoce a los diablos, hace un rato ha terminado su función de ronda petitoria por las casas del pueblo y en estos momentos descansan. En el salón donde tienen su sede, aparcan su ruido los cencerros y se guardan igualmente las oferentes porras hasta el momento de la procesión en la que cobrarán protagonismo unidos al cuerpo de cada diablo.

Desborda el colorido y el sonido en la Plaza. En la calle se escucha la dulzaina y la caja junto al rítmico de las castañuelas. Están llegando las chicas de La Danza, otro elemento que da encanto a la celebración. Dirigidas por ‘su alcalde’, muestra en la parte de atrás al ‘palillero’, manteniendo la esencia de los movimientos; van abriendo camino, serpenteando, siempre en columna de a dos. Mostrarán a los presentes su ofrenda personal al Santo guiadas por su peculiar ‘alcalde’.
Observo a los ‘diablos’ y no los veo incómodos externamente ante tantas miradas de los que aquí estamos. Hasta un grupo de orientales ha llegado aquí en visita guiada. Mucha gente les presta atención y pregunta por los cencerros, por los vestidos, por las ‘porras’ que llevan, algunas talladas por ellos mismos.
Se me hace imposible llegar a la iglesia porque, los ‘diablos’, han ido a saludar a San Blas y a que la procesión comience su recorrido con el Santo Patrón en su carroza llena de flores, y en la que, en su brazo derecho lleva una serie de exvotos, correspondientes a los agradecimientos de personas que se han visto ‘favorecidas’ por su intercesión…

Los «diablos» abren camino delante de la imagen de San Blas, en dos filas, a los lados de la calle. Ninguno lleva hoy máscara, pero sí la porra con alguna figura extraña (ya comentada), en uno de sus extremos, que continuamente agitan en sus manos. Todo parece tranquilo. Así se hará el recorrido, bueno, así hasta que, en un instante, un diablo se dará la vuelta y empezará a saltar en dirección a la imagen, llevando los brazos extendidos, en una especie de ofrecimiento, los ojos fijos en el Santo protector, hasta llegar a apenas medio metro de la carroza donde se encuentra; detrás, lo hacen igualmente otros compañeros formándose una singular columna de cuerpos, brazos, colores y sonidos que sobrecogen a quienes la presenciamos. Después, la calma. Un, dos, tres, repetir paso por salto, un, dos, tres, repetir paso por salto…, cencerros, brazos extendidos, salmodia de monotonía que a la vez es ofrenda de devoción.
Es un espectáculo muy singular, hecho de trazo de colores y sentimientos, de llamativos sonidos y expresividad, de gran esfuerzo en la carrera que es tensión en sus comienzos y delante del santo es ofrecimiento con la mirada hecha jugo de oración, brazos implorantes…, una y otra vez, mientras la procesión camina por el pueblo entre una multitud asombrada.
Por detrás de la carroza, las danzantas cierran la comitiva con sus suaves cadencias manejadas por el sonido de la dulzaina y la caja, experimentada por el golpeo de las castañuelas. Parar y danzar para San Blas pensando en su posterior participación, acabada la procesión, al finalizar la Misa patronal.
Será su personal búsqueda de recomendación, la mano de santo, para el laringólogo celestial.
“…Y el año que viene,
si nada lo impide, volveré,
con cintas y pañoleta,
o con traje de flores y cencerros
a darte un viva, San Blas,
y que viva el patrón de mi pueblo”.
El Himno a San Blas en las voces de estas gentes envueltas en acordeón y cuerdas, es la música que escucho volviendo a casa.
“Glorioso San Blas,
fulgurante estrella,
que brilla con lumbre
de eterna bondad…”
La Candelaria y San Blas ya son historias para el nuevo año.