En el año 1997, llegué a este pueblecito de Zafra de Záncara animado por un ilustre zafreño, Pedro Lucas. Él supo contagiarme su ilusión para que conociera como era el tiempo de Carnaval en dicha localidad; fue un Martes de Carnaval por la tarde, a eso de las cinco, hora iniciática por excelencia, y no se me olvidará nunca. Zafra de Záncara es un pueblo pequeño ubicado en las Tierras del Obispado, ocupando un monte sobre el río Záncara y sobre el trasvase Tajo-Segura, muy cerca de la Nacional III, y donde por más señas se sitúa aquel dicho popular que dice “llovió más, que cuando enterraron a Zafra”, moro Zafra de gran fuerza y valor que comentan las narraciones y leyendas populares que conocen todos los zafreños.
El Rincón de Enrique Buendía
Mi llegada a la localidad coincidió con la preparación de la «Subasta del Ánima», acción tradicional que realiza la Hermandad de Ánimas existente en el pueblo, y de la que son componentes un número de varones limitado, no más de catorce, me dicen. Es algo así como la culminación del Carnaval, en Zafra de Záncara, iniciado el Domingo que, hace 24 años, cayó el día 9 de febrero. Algo ciertamente muy especial y no exactamente ni divertido, ni colorista y con tintes religiosos.
En la casa de Pedro, un miembro de la directiva de la Hermandad, ya habían terminado sus componentes de tomar la “colación” de la tarde, una especie de refrigerio-reunión-charla de convivencia para conocer y preparar los detalles de la Subasta y del acontecer posterior que probablemente duraría parte de la tarde y la noche.
Llegué en el momento preciso en el que el cura de la localidad estaba pidiendo a los presentes un tiempo de silencio para echar un rezo por las ánimas e iniciar el proceso de la Subasta. Al acabar las oraciones, el Alcalde de la Hermandad mandó que redoblara el tambor y así avisar al pueblo de que ésta iba a comenzar y, con ello, las pujas para conseguir el nombramiento de Ánima, una actividad con tradición muy arraigada entre las gentes del pueblo, como pude comprobar en las horas que pasé pendiente de lo que ocurría y como se lo tomaban las gentes de Zafra.
“Consiguiendo ser el Ánima, se desea corresponder, “pagar” algún tipo de beneficio obtenido de modo personal o familiar ocurrido a los que quieren adjudicársela”, me dicen.
“Deberá ir vestida de blanco total, incluido el capuz que tapa su cabeza, llevando una calavera en sus manos y tendrá que visitar, sin apenas descanso, todas las casas habitadas del pueblo, en la noche…”
La subasta fue muy curiosa porque sólo pueden participar los componentes de la Hermandad, esos doce o catorce de los que me cuentan. Ellos son los ‘apoderados’, los ‘representantes’ de las personas que desean conseguir el ‘ser Ánima’. Poseen la cifra en pesetas que el solicitante les ha indicado y una curiosidad, si durante la subasta se sobrepasa tal cantidad con las pujas que en dinero se indican, el ‘hermano’ dice: «voy a mear», y esta se detiene. Lo que hace es ir a consultar con su patrocinado para ver si sigue pujando o no.

Obtiene el ‘derecho’ a vestirse de ‘ánima’ la puja de aquel “hermano” que tiene dicha la mayor cantidad en el momento en el que, el Alcalde de la Hermandad, que va controlando como transcurre la Subasta, al ver que esta no se mueve más, la cierre diciendo en voz alta:
“¿Ya no hay más pesetas para las ánimas?
Mirar que la Subasta la voy a cerrar y ya no habrá vuelta atrás.
A ver ‘sastre’ ¿dónde están los dineros? ¡No hay pujas!,
¡A la una!, ¡a las dos! ¡y a las tres!”.
El Ánima ha quedado concedida. El tambor se vuelve a oír y el sacerdote, presente en el lugar propone el rezo de un padrenuestro. La cantidad así conseguida este año rondaba las cien mil pesetas. Y mientras unos miembros buscan al Ánima y le comunican lo ocurrido, otros despistan a la chiquillería del pueblo y a otros, no tan chiquillos, para que nadie conozca quien es la persona que ha tomado tal responsabilidad y honor este año. El resto, se van a solicitar del Alcalde de Zafra de Záncara la autorización para que la Hermandad y el Ánima pueda salir por las calles del pueblo.
Y cuando la noche se hace presente esto ocurre…

Una singular comitiva se ha puesto en marcha para visitar todas y cada una de las casas del pueblo. El cortejo va acompañado por el portador de faroles, el campanero, el que lleva la bandera de la compañía, el cestillero, el Alcalde propio, los hermanos mayores, “los pinchos”, “los alabarderos”, etc., y toda la gente que lo desee. Van vestidos de ropa apropiada de abrigo cruzándoles el pecho, a los hermanos, su tira de “animeros”. El Ánima, toda de blanco, lleva una calavera en la mano y va acompañada de una rezadora. Me sobrecoge, es como si fuera otro tiempo el que estoy viviendo aquí aunque tenga bastante de irreal, como lo es también el espacio urbano del pueblo colocado en la ladera de la montaña.
A la puerta de una casa, cualquier casa del pueblo, la Hermandad de Ánimas se detiene. El Ánima llama y entra:
“¡Animas benditas” !, dice uno de los miembros de la hermandad.
“En el cielo nos veremos juntas”, contestan.
A partir de este momento todo tiene su ritual. Con gran respeto, los moradores ‘la llevan’ al lugar donde deberá rezar, en el que han puesto un cojín para que ésta se arrodille; hay mucha emoción contenida en todos los presentes porque los recuerdos siempre sitúan a aquel que falta de los miembros de la casa.
Tanto el Ánima como la comitiva se han arrodillado. El rezador/a dice entonces:
“Atender flores del campo /
lo que va de ayer a hoy;/
ayer maravilla fui, /
y hoy sombra mía no soy”.

Tres padrenuestros con sus correspondientes Ave Marías y Glorias, más el correspondiente ‘Réquiescat in Pace” final, se desgranan por el rezador de forma monótona y en un silencio seco. Al final el Ánima se levanta y el que la acompaña dice:
«¡Que de gloria y descanso le sirvan a esta casa!
«¡Hasta otro año si Dios quiere!»
Entonces, el Ánima, ofrece la calavera para que sea besada por los miembros de la vivienda si así lo desearan. El ritual se ha cumplido. Los dueños ofrecen su limosna en el cestillo y la ‘colación’ que desean al Ánima y a sus acompañantes. Una frugal invitación para recomponer el físico y dotarlo de alimento y calorías para la larga noche.
La comitiva sigue su caminar hacia una nueva casa. Atrás quedan las últimas palabras de aquellos que en la casa visitada viven:
«¡Que el año que viene nos veamos otra vez!».
El farol haciendo de faro y guía callejero, y el tambor con la salmodia repetitiva de su lamento, conducen otra vez a la Hermandad y acompañantes a la nueva cita en otra casa de la vecindad. Y así, una y otra vez, lo seguirán haciendo hasta que se recorran todas las del pueblo, una por una, siempre que se les abra cuando a ellas llamen.
El último lugar que visitaron fue el Baile de Ánimas en el que actuaba un dúo que tocaba y cantaba todas aquellas melodías que eran del gusto de los que bailaban. Poca luz, como corresponde al lugar, y un pequeño ambigú, donde se servían bebidas formaban el extraño ambiente donde el Ánima acudió para efectuar sus últimos rezos junto con la Hermandad de Ánimas cuyos miembros no se habían separado de ella. El silencio era de respeto total y, mientras que unos y otros rezaban, el del cestillo iba recogiendo las limosnas de los presentes. Parecía un momento fugaz sacado del cuadro del tiempo, camino de la eternidad.
Solo fue eso, un momento, y el Ánima salió del Baile. El Ánima, por Martes de Carnaval, había concluido su recorrido en Zafra de Záncara. Era todavía temprano y algún gallo señalaba con su canto el día que había amanecido.

No quedará solamente en el acto del «Ánima» la labor de la Hermandad. Este domingo tendrán reunión en cualquiera de las casas de los componentes donde se preparará una comida de final de Carnaval, y donde también se ajustarán los nuevos cargos para el año que viene y el uso del dinero conseguido, dinero que irá directamente a sufragar Misas y entierros de los “Hermanos”, y a los arreglos oportunos que necesite el Campo Santo.
La Hermandad de Ánimas de Zafra de Záncara tiene documentos que señalan su origen sobre cuatro o cinco siglos atrás. A mí me pareció oír sobre el el año 1500. Una tradición cargada con la religiosidad antigua que muestra la otra cara del Carnaval.
Siempre ha salido el Domingo de Carnaval, lunes y martes, día éste último en el que culmina su presencia en las Carnestolendas Oficiales. Unen la relación humana cordial entre sus componentes, con el sentido de participación y creencias en que lo que cada año realizan, aparte de ser su obligación, les acerca un poco más a la eternidad.