
No se sabe, desde cuando, Palomares del Campo comenzó a dar vida a su fervor hacia la Virgen de la Cabeza. Cuenta la tradición que se apareció una imagen de la Virgen encima de una zarza que había en una cueva, dentro del casco urbano de la localidad, de la que sólo destacaba la Cabeza. Allí se edificaría una ermita a Ella dedicada, bajo el patrocinio del Licenciado Bartolomé López, clérigo, natural y vecino de Palomares, y se formaría una Cofradía para cuidar el edificio y de la veneración de la imagen en y por los palomareños.
Así lo indica el citado Licenciado en su testamento, escrito el 12 de abril de 1561, que recojo del libro escrito por Vicente Martínez Millán, “Palomares del Campo, mi pueblo”: «ltem mando y es mi voluntad que la casa que tengo en esta villa y que era de mis padres que sean en gloria… la mando y quiero que sea para el Cabildo de la Vera Cruz de esta villa para que en ella se haga una Hermita advocación de Nuestra Señora de la Cabeza…”
Leer el citado libro y lo que mi vecino y amigo Vicente nos deja en los capítulos del mismo, abrió el resquicio preciso para desplazarme a Palomares y observar cómo transcurre la devoción a Nuestra Señora de la Cabeza, su Patrona, en estas fechas del último fin de semana de abril.
El Rincón de Enrique Buendía
1998. Domingo último de abril y la misa de la Virgen.
En la Plaza, más arriba de la ermita, y en un puesto de churros y cafés al aire libre, hay gente tomando el desayuno. También hay sonidos de una dulzaina y una caja, que se confunden con otros que salen del toque juguetón de unas castañuelas y el choque entre sí de unos palos. Viendo a las personas que los producen, me dicen, que son parte de LA DANZA en honor de la Virgen de la Cabeza. Destacan por lo negro de sus vestimentas y nombres, a los que aquí les llaman Tunos.

Si llegas a Palomares del Campo, cuando estos tres grupos de ‘danzas’ están en la Plaza, aquello te parece irreal, de otro ‘tiempo’. Pero no es así. Son palomareños del presente que así mantienen con naturalidad las tradiciones que les legaron sus antepasados, para la Madre de Palomares, la Virgen de la Cabeza, y para su pueblo, su gente. Los grupos, me entero, ensayan las tardes de las semanas anteriores a la festividad cuando unos vuelven del trabajo y, otros, han acabado de estudiar y lo hacen todo el tiempo que sea preciso para que sus ejecuciones se realicen con el realce que la ocasión lo indica.
Entro en contacto con Rubén, un vecino que me pone en antecedentes inmediatos de lo que estoy viendo: “están presentes aquí tres grupos de La Danza, ya conoces el de los Tunos, pero también en la festividad participan otros dos más, los/las Danzantes/as, los/las Gitanillas. ¡Ah! Toca la dulzaina ‘Litri’ y la caja, Laureano. Ellos dos son imprescindibles en los actos que, a nuestra Patrona, la Virgen de la cabeza se programan…” ‘Litri’ y Laureano me dicen «que tocar en las fiestas del pueblo, tiene un encanto especial, pues nos sentimos importantes por lo que hacemos, y porque esta tradición de la danza no se pierda. Cada año, cuando llegan los días de la Virgen, tenemos un cosquilleo de emoción especial…»
No permanezco mucho tiempo con estos grupos, pues han de cumplir su programación, que es “a ritmo y movimiento, acompañar a las autoridades e invitados a la iglesia parroquial, dedicada a la advocación de la Virgen de la Asunción para la Misa Patronal…”, donde ya espera el vecindario devoto. A la derecha de la nave central del templo se encuentra la Virgen de la Cabeza colocada ya en su carroza, dispuesta para la Misa y posterior procesión aunque, antes, cerca de Ella, Los Tunos le ofrecerán sus ‘dichos’.

Estos llevan un blusón negro, como si de una levita se tratara, que les identifica: son ‘Gazuza’, ‘Talego’, ‘Refitolero’, ‘Doctor Miserias’, ‘Hambreaguda’, ‘Cizaña’, ‘Chupacuevas’ y ‘Hambrecanina’, dirigidos por ‘El Rector’ y con ‘El sonajero’ para llevar el ritmo de su danza. Sus diálogos nos asoman a la vida estudiantil del Siglo de Oro español, mezclándose los textos y comentarios sobre el trato que reciben en el colegio con una danza que dirige con maestría ‘El Rector’. Los dichos acaban con las palabras de uno de ellos, ‘Hambrecanina’: «Por ser el último tuno, os pido por gran favor que nos deis una limosna a los tunos y rector; tenemos que pagar música y gastos de reunión, y sacar de la ‘buchacha’, eso no queremos, no». Jesús Cifuentes, José Ángel, Pedro Javier, José, Jesús, Pedro, José Andrés, Víctor Manuel y José Antonio, junto con Roberto, son La Tuna. Están en la fiesta porque les gusta su papel y para que no se pierdan Los dichos.
«Pasamos juntos todos los días y mantenemos el espíritu tradicional que nos legaron nuestros mayores. ¿Sí quieres?, ¡te manteamos!»
Un aplauso contenido cierra este tradicional preámbulo devocional. La Misa sigue su curso, atentos los palomareños a las palabras de Ignacio, el sacerdote, que comenta con los asistentes el valor de María, como servidora humilde y callada que hizo posible el plan de Dios.
Al finalizar la Misa en honor de la Virgen de la Cabeza, la procesión se ha puesto en marcha.
Abren el ‘paseo’ Los danzantes, ocho jóvenes dirigidos por ‘El botarga’, que lleva como signo externo y atributo de su autoridad una vara de unos dos metros de larga, coronada por un rabo de cordero y unas cintas, vara con la cual maneja la danza advirtiendo de la dirección y movimientos que los que danzan han de ejecutar. (Su vestimenta no se la comento, pues mejor, la pueden ver en las imágenes que les acompaño)
Lo que me llama la atención es la coordinación que observo en ellos, una dificultad añadida a los giros y saltos que dan y al manejo de los dos palos que hacen chocar entre sí, casi continuamente.
Correr la Espá


En la Plaza, aquella en la que estuve al principio, la procesión se ha detenido ahora. Se ha hecho un gran corro para los danzantes, quedando la Virgen con el estandarte de la Cofradía en sitio preferente. Pregunto a Rubén, y me dice que van a «Correr la Espá». Es ésta una danza única en la provincia, y de gran dificultad. Han sacado un arco de hierro que tienen sujeto dos de los danzantes por los extremos, mientras el resto se sitúa en posición lateral de círculo, cogidos de los ‘palos’. En un momento dado, cuando la dulzaina suena de un modo característico, comienzan ‘a dar’ como si fueran a saltar ‘a la comba’, uno maneja el arco por el exterior mientras el otro salta por el interior del mismo, uno, dos, tres, cuatro, cinco veces, y el pueblo rompe en aplausos para el danzante, que agradece el gesto de su gente, para él y sus compañeros. Es curioso el dato que se lee en el Libro de Cuentas de la Vera Cruz, del año 1591, lo que refleja la antigüedad de La Danza:
«… por las representaciones danzas y tamboriles y zapatos que se dieron a los danzantes cinco mil doscientos maravedíes…»
La procesión sigue en la plaza y, ahora, quien ocupa lugar para su Ofrecimiento a la Virgen, es otro grupo, el de ‘Las Gitanillas’, niñas de la localidad que van hacer ‘El trenzado de cintas’, ‘vestir la vara’ como se conoce la danza que van a realizar.

El momento está lleno de emociones para quienes se van a convertir en protagonistas en su quehacer y sus familias. Las Gitanillas, guiadas por ‘El Botarga’, van colocando la cinta de color que sujeta cada una por un extremo, alrededor del palo que las une por el otro, sus gráciles movimientos acompasados al ritmo y sonido de los dulzaineros, suenan como una feliz plegaria a la Señora de Palomares, que sonríe para su pueblo.
Un ¡Viva la Virgen de la Cabeza!, después del aplauso cariñoso para las danzantas, pone de nuevo la procesión en marcha. (Observad sus vestidos)
Delante caminan Los Tunos como protagonistas. En su parada se preparan para lo que aquí conocen como «El palmoteo » cuyo contenido principal es el batir palmas que acompañan a la danza o baile. Los tunos, situados en dos filas iguales, frente a frente, y conducidos permanentemente por el Rector, van saltando y cruzándose palmas, encadenadamente, con el de enfrente, al ritmo de la música de la danza, para acabar cogidos del brazo, permutando el lugar y haciendo coro con la letra que sigue:
La tuna con no ser tuna,
la tuna que he de correr,
pero saben engañar las muchachas cada vez.
Guárdate tuna,
guárdate Inés,
mira que somos tunos los tres.
Su vestimenta es curiosa: Sombrero con las alas algo plegadas y adornado con una pluma de ave, una cuchara de madera u otro objeto; una blusa negra abierta, a imitación de levita; camisa, con corbata; pantalón corriente (antes era de pana oscura) y alpargatas negras. Al costado lleva cada «tuno» el atributo que pretende simbolizar, según el papel que se le asigna: una guitarra, una barra de pan, un zurrón, una calabaza, un cucharón…
Calles arriba, la procesión lleva a la Virgen por el pueblo. A las puertas de las casas, las personas mayores que no han podido asistir a Misa reciben la visita de la Madre. Los labios recitan una oración, y Ella una sonrisa.

Hay preocupación porque amenaza lluvia, y los comentarios de la Junta de la Virgen y de los Oficiales de la misma, es que este año lloverá, por lo que el caminar de la carroza se hace más rápido en dirección a la Ermita. Allí quedará la patrona a la espera de la Procesión de Ofrecimientos de mañana.
Todo ha venido muy justo y preciso en esos últimos esfuerzos por llegar, porque en los mismos instantes en que entraba la Virgen en la Ermita a los acordes del Himno Nacional interpretado por la B.M. de Quintanar ha comenzado a llover. Una vez dentro la imagen de la patrona, los fieles que han llegado con ella, aprovechan para hacerse las consiguientes fotos del recuerdo. Son ‘palomareños’ que no se podrán quedar mañana, porque han de trabajar fuera del pueblo.
Cuando la tormenta acaba, abandono Palomares del Campo. Ha sido una jornada que no olvidaré. Quedan muchos detalles por ‘vivir’ y por dar a conocer del rico acervo tradicional de sus costumbres. La noche les acercará de nuevo a La Hoguera y, allí, a Las Danzas.
«¡Reina Palomares!,
te llaman de sus tierras
y su dulzura y tu amor imploro…»
Audio. Himno a la Virgen de la Cabeza